AMLO y España: un tema que no concluye.

El presidente Andrés Manuel López Obrador es propenso a rescatar  temas que la opinión pública consideraba ya superados. Es como si, ante el escándalo de la mansión en Houston de su hijo José Ramón, al presidente no le quedara más que revivir polémicas para de ese modo acallar las quejas del presente.

Primero se le ocurrió volver a mencionar el viejo conflicto del penacho de Moctezuma, en cual, según sus palabras, "Austria no quiso devolvernos". Pero a nadie le interesó el tema, así que el martes pasado al presidente se le ocurrió decir que "habrá una pausa" en las relaciones entre México y España. 

Ni en su propio gobierno tienen claro que quiere decir eso de "pausa". Nuestro canciller Marcelo Ebrard ya habló con su homólogo español José Manuel Albares, el cual está muy interesado en entender qué quiere ahora el presidente mexicano.

Mientras tanto, el gobierno español "rechaza tajantemente" las declaraciones de AMLO. No sólo estamos hablando de una relación histórica; el dinero también está presente. Hay 7 mil empresas españolas en nuestro país que invierten casi 80 mil millones de dólares.

AMLO tiene una fijación con la Madre Patria. Durante todo su sexenio ha acusado a ese país de tratarnos hasta el día de hoy como una colonia. Al principio de su gobierno se le ocurrió que era una buena idea exigirle al rey de España que se disculpara por lo ocurrido durante la Conquista (a la que nuestro presidente calificó como "un fracaso" y "una intervención militar"). 

Por supuesto no los invitó a las ceremonias conmemorativas de la caída de Tenochtitlan en 1521 y en el discurso oficial insistieron en que a partir de esa fecha comenzó una "resistencia de pueblos originarios" que sigue hasta el día de hoy. 

Nuestro presidente es un caso curioso pero no único: es un mestizo con nombre español, que habla español, que tiene antepasados españoles, pero cree que es su deber exigirle a España que se disculpe por acontecimientos ocurridos hace 500 años, mientras que los indígenas de nuestro tiempo, a los que él debería sacar de su pobreza ancestral, los mantiene en el olvido.

Esta actitud de López Obrador revive a un viejo fantasma nacional que creíamos que había desaparecido: la hispanofobia, el odio a los "gachupines". Los que supuestamente se robaron nuestras riquezas, violaron a nuestras mujeres y nos esclavizaron durante siglos.

Por lo menos durante la primera mitad del siglo XX la palabra gachupín fue usada para insultar a los españoles que vivían en México. La expresión "vamos a coger gachupines" tenía un tono de venganza y de doble sentido. Para el mexicano promedio era extraño recordar que tenía antepasados en la península y no se cuestionaba por el origen de su lenguaje o de su religión.

Desgraciadamente el antihispanismo ha estado presente en México desde hace siglos porque los distintos grupos políticos que gobernaron este país muchas veces lo usaron para justificar sus fracasos y para influir en la sociedad. La hispanofobia nunca ha sido buena para este país y hay que recordarla para evitar que regrese.

Parecería lógico que los primeros que odiaron a los españoles fueron los indígenas luego de la destrucción del Imperio mexica en 1521; pero en realidad esa pugna fue creada por los hijos de peninsulares nacidos en América: los criollos.

Esos novohispanos de tez blanca que al principio no se sentían parte de América ni de Europa buscaron durante los 300 años del Virreinato algo que les diera identidad: para ello recurrieron a la religión católica y especialmente al culto a la Virgen de Guadalupe, pero también se enemistaron con sus antepasados españoles.

El Virreinato fue administrado durante gran parte de su historia por funcionarios venidos de la península, lo que impedía que los criollos pudieran gobernar un territorio que consideraban suyo. Esta molestia creció a partir de la etapa borbónica entre 1700 y 1821, cuando la Corona empezó a cobrar nuevos impuestos y limitó aún más el papel de los criollos en la sociedad novohispana.

Ya en 1794, Fray Servando Teresa de Mier provocó un escándalo en Nueva España al asegurar que el manto de la Virgen de Guadalupe era en realidad la capa del apóstol Santo Tomás que había evangelizado estas tierras luego de ocurrir la Pasión de Cristo. Mier aseguraba que los antiguos indígenas habían sido originalmente cristianos y con esa versión contradecía a la Corona española, que aseguraba que una de las razones de la Conquista fue la evangelización de América.

Cuando Hidalgo se levantó en armas en 1810, una de sus quejas principales fue que los funcionarios peninsulares en América habían traicionado a Fernando VII al entregarle el reino a Napoleón Bonaparte, y pretendían cobrar nuevos tributos. Hidalgo fue muy fiero con los españoles: las matanzas de inocentes en la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato y luego en las afueras de Guadalajara fueron vistas por el padre de la patria como una necesidad para liberar a Nueva España.

Su sucesor José María Morelos consideraba que los españoles se habían apoderado de América por medio de las armas y esclavizando a los indígenas. Era necesario matar a los gachupines para liberar al nuevo país. Con Morelos surge la idea de que entre las culturas prehispánicas y el México que querían fundar los insurgentes no había distancia, como si los 300 años del Virreinato no hubieran ocurrido.

En 1821 Agustín de Iturbide logró al fin la Independencia mexicana, pero con el objetivo de convertirnos en una monarquía bajo el mando del rey de España Fernando VII. Dos países separados, pero con el mismo monarca. Cuando eso no se logró porque Fernando VII no reconoció la independencia, Iturbide se volvió emperador. Su reino duró poco menos de un año.

La naciente República mexicana heredó este rencor a España porque, además, la península impidió en 1821 que otros países la reconocieran como Estado. México recobró San Juan de Ulúa en 1825, expulsó a españoles que estaban en el país en 1828 y un año después derrotó a una fuerza expedicionaria que pretendía restablecer el Virreinato. El odio al español estaba consolidado.

Si bien en 1836 México y España firmaron el Tratado de Santa María-Calatrava, por el cual las dos naciones se reconciliaban y todos los crímenes del pasado quedaban olvidados, la verdad es que el rencor al español se mantuvo durante el siglo XIX.

Una de sus razones estuvo en la lucha ideológica que vivió México en esos años entre el Partido Liberal y el Partido Conservador. Los liberales insistían en que era necesario modernizar a México, convertirlo en una democracia, transformar su economía y acabar con el poder que tenían el Ejército y la Iglesia Católica. Los conservadores en cambio creían que México debía rescatar lo mejor que había tenido durante el Virreinato: una economía cerrada y basada en la minería y un ejército fuerte; el Estado debía proteger a la Iglesia. Los liberales creían que el futuro estaba en Estados Unidos, los conservadores pensaban que lo mejor de México estaba en España. Eso, más el reconocimiento español al Imperio de Maximiliano, provocó que el rencor a los españoles creciera cada vez más.

El Porfiriato se esforzó en mantener buenas relaciones con España. En las fiestas del Centenario de la Independencia en 1910 España fue el invitado más importante. Don Porfirio creía que era necesario que las dos naciones se reconciliaran y por eso uno de los momentos estelares de esos festejos fue la recreación del encuentro entre Cortés y Moctezuma como una forma de simbolizar una nueva etapa para los dos países. España, por su parte y como un gesto de buena voluntad, devolvió el uniforme de generalísimo que usaba José María Morelos.

Sin embargo, la Revolución volvió a separar a los dos países. España estaba preocupada porque los revolucionarios destruían las propiedades de sus connacionales y los españoles otra vez eran vistos con desprecio, especialmente los que se dedicaban a administrar haciendas.

Durante la tercera década del siglo XX el antihispanismo tomó fuerza porque se le identificaba con el conservadurismo religioso. Mientras el gobierno mexicano abría las puertas del país a la República Española con tendencia de izquierda, otros grupos se identificaban con el movimiento franquista por su carácter hispano y católico. Esos grupos tuvieron un papel importante en la fundación de la Unión Nacional Sinarquista y luego en el Partido Acción Nacional.

Desde los años 40 y hasta finales de los 70 el hispanismo era visto como un resabio del conservadurismo mexicano que se oponía al progreso del país. Fue hasta la muerte de Franco y la restauración de la monarquía que mejoraron las relaciones entre México y España.

Ya durante los años 90 la imagen de España en México fue muy positiva porque representaba al futuro: los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, su crecimiento económico, su liderazgo en América Latina y su ejemplo de una nación que había pasado de una dictadura a una democracia parlamentaria eran muy apreciadas en nuestro país y el resto del continente.

Sin embargo, en esos años también creció un neoindigenismo que consideraba que así como era necesario "resistir" al poder del mercado que había desatado el neoliberalismo, también había que recordar las ofensas que los pueblos indígenas habían sufrido siglos atrás. La Conquista de México volvió a ser vista como una agresión que ahora sufrían aquellos grupos que eran subyugados por las trasnacionales.

Eso nos trae a nuestro tiempo, en el que el presidente López Obrador considera que entre México y  España lo mejor es "alejarnos por un tiempo"; al menos hasta después de 2024 cuando haya terminado su gobierno. Mientras crece el escándalo de la casa de Houston (y todo indica que habrá más incidentes parecidos a lo largo del sexenio); López Obrador quiere seguir jugando con la vieja carta de la hispanofobia para distraernos de los grandes problemas: una economía que no camina bien, la delincuencia que crece, una pandemia que no ha terminado y especialmente un gobierno que no fue honesto aunque todas las mañanas le eche la culpa a alguien más por sus fracasos diarios. 



 

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