La primera huelga estudiantil en México.

 Corría el año de 1875. México vivía un periodo que los historiadores llamamos "La República Restaurada", en la que la destrucción del Segundo Imperio Mexicano y del proyecto monárquico-conservador dieron paso a una nación que estaba orgullosa de haber conquistado su soberanía y que creía que el futuro sería maravilloso gracias al progreso económico y a los avances políticos que prometía la constitución liberal de 1857.

El país era gobernado por Sebastián Lerdo de Tejada; heredero político de Benito Juárez, quien se esforzaba por aplicar las Leyes de Reforma y exclaustraba a monjas que tenían décadas encerradas en sus conventos para derribar sus edificios y vender los predios. Lerdo también impulsó la creación de la vía de ferrocarril México-Veracruz y alentó el surgimiento de la Bolsa Mexicana de Valores.

Lerdo, que quería seguir el camino de Juárez, tenía la intención de reelegirse en 1876. Creía que para lograrlo era suficiente con apoyar a la iniciativa privada. Pero tenía un rival político llamado Porfirio Díaz que al final derrumbaría sus sueños de reelección.

México no tenía en esos años una universidad. En 1865 Maximiliano cerró la antigua Universidad Pontificia que había funcionado desde el Virreinato. Para ese entonces ya era una institución anticuada que no respondía a las necesidades de un país que quería ser moderno.

La educación estaba en manos del Estado desde la promulgación de las Leyes de Reforma. Todo aquel que quisiera estudiar una carrera primero debía ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria para luego escoger entre alguna de las escuelas nacionales de profesiones que había en el país. Las más importantes eran las de Jurisprudencia, Ingeniería y Medicina.

A muchos les parecía incorrecto que el Estado controlara estas escuelas. Si México había logrado separar a la Iglesia del Poder Político, parecía que era obvio que la educación, la ciencia y la cultura también tuvieran sus propios espacios en los que los gobernantes no intervinieran. Mientras eso pasaba, las escuelas nacionales tenían reglamentos que le permitían a sus directores hacer con los alumnos casi todo lo que quisieran. Hasta podían encerrarlos en calabozos si faltaban a la disciplina, aunque para el último cuarto del siglo XIX esa práctica ya estaba casi erradicada.

En la historia moderna, muchos conflictos estudiantiles han comenzado por incidentes aparentemente insignificantes, pero que son provocados por circunstancias muy complejas. Eso ocurrió en la Escuela Nacional de Medicina en abril de 1875 cuando un grupo de estudiantes no quiso entrar a la clase del profesor Rafael Lavista porque no les gustaba la forma en que les enseñaba.

El profesor Lavista se quejó con la dirección de la escuela y en castigo dos estudiantes fueron expulsados. Los alumnos se quejaron y consiguieron que los perdonaran, pero cuando un alumno de la escuela fue agredido por varios de sus compañeros luego que se negara a apoyarlos en su queja, el director Francisco Ortega decidió expulsar a tres estudiantes, lo que provocó que el resto del alumnado se indignara.

Los estudiantes buscaron el apoyo de la Cámara de Diputados para que los ayudaran a terminar con una expulsión que les parecía injusta, pero al no conseguirlo se reunieron el 27 de abril de 1875 en el Teatro Nuevo México de la capital. Ahí decidieron que ante la cerrazón de las autoridades lo único que les quedaba era hacer una huelga. 

Nunca antes en la historia de México había ocurrido algo parecido. Si bien ya había organizaciones obreras que luchaban por sus derechos, los estudiantes no consideraban que podían quejarse por su situación dejando de estudiar.

De inmediato se les acercaron dos de los políticos más importantes del siglo XIX: Ignacio Manuel Altamirano y Vicente Riva Palacio. Los dos eran veteranos de la guerra contra Francia, eran escritores y estaban en contra del intento de reelección del presidente Lerdo de Tejada. A Riva Palacio y Altamirano les parecía necesario apoyar a los estudiantes, por lo que los aconsejaron para que no parecieran simples revoltosos ante la sociedad mexicana.

Los estudiantes decidieron que para ganarse el apoyo de la población tomarían clases en los jardines de la Alameda de la ciudad de México. Altamirano les dio algunas conferencias. También le ayudó a varios alumnos que eran pobres, a los que les dio asilo en su casa mientras duró la huelga.

De inmediato la sociedad se dividió entre los que creían que el paro estudiantil era una pérdida de tiempo y los que pensaban que era la oportunidad para crear un modelo educativo que no dependiera del Estado: una "Universidad libre".

La prensa liberal apoyó a los estudiantes. Riva Palacio, Juan de Dios Peza, Justo Sierra y el cubano José Martí escribieron artículos señalando que era una gran oportunidad para transformar la educación en México y acercarla al nivel que tenía en Europa y Estados Unidos.

Los estudiantes también buscaron el apoyo de las organizaciones obreras del país, pero desde el principio quedó claro que eran dos sectores muy diferentes. Los obreros venían de un origen campesino, mientras que los alumnos formaban parte de la élite del país. No había forma de lograr entre ellos una unión.

El gobierno se negó al principio a atender a los alumnos, pero para evitar que el conflicto creciera aceptó una negociación. La posibilidad de crear esa "universidad libre" de inmediato desapareció, pero el gobierno retiró la expulsión de los alumnos que habían participado en la huelga y reconoció su derecho de asistir o no a clases.

Los estudiantes aceptaron las medidas del gobierno y para el once de mayo de 1875 regresaron a clases. Tenían la intención de mantener vivo el movimiento para crear organizaciones de alumnos en todo el país e impulsar su proyecto de separar a las escuelas del Estado, pero al año siguiente Porfirio Díaz se levantó en armas con su Plan de Tuxtepec y el movimiento estudiantil desapareció.

Sin embargo, uno de los simpatizantes con esta huelga, el escritor Justo Sierra, intentó durante el gobierno de Manuel González (1880-1884) crear una universidad en la que la libertad fuera el valor más importante. No lo consiguió en ese momento, pero años después con el apoyo de Porfirio Díaz, al fin nació la Universidad de México, que el 1929 alcanzó su autonomía y se convirtió en la UNAM.

Hoy que otra institución fundamental para nuestro país, el Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) está sufriendo los embates de un gobierno que insiste en desaparecer la libertad de cátedra para que todas las escuelas y universidades públicas sirvan a sus intereses, es bueno recordar que la lucha por la autonomía universitaria en México es muy antigua y que nuestro país ha progresado gracias a la libertad de sus académicos y creadores. No perdamos esa libertad.


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