La herencia de Luis Echeverría
El pasado 17 de enero, Luis Echeverría cumplió cien años de edad, lo que lo convierte en el expresidente más longevo de la historia de México. Durante años Echeverría estuvo casi en el olvido. A veces salía en los medios, como cuando lo invitaban a los informes de gobierno en la década de los 80, o cuando en 1994 al ser asesinado Luis Donaldo Colosio, el expresidente acudió al homenaje en el PRI para gritar que el Partido debía seguir "arriba y adelante". Luego lo citaría la PGR para que declarara sobre su posible participación en el asesinato del candidato. Después estuvo preso (en su casa) como posible responsable de varias desapariciones durante su gobierno y el de su antecesor Gustavo Díaz Ordaz.
Pero el regreso de Echeverría (por así decirlo) ocurrió en 2018 cuando Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el nuevo presidente. En su discurso de toma de posesión AMLO señaló que la Revolución había terminado luego de los gobiernos de Echeverría y López Portillo, y después México había caído en "la larga noche neoliberal".
Desde que comenzó el actual sexenio, Echeverría ha sido un referente para comparar al gobierno de AMLO: los dos consideran que el Estado debe ser el actor más importante en la vida nacional, que debe tener un papel fundamental en la economía y la sociedad, que la soberanía debe defenderse por encima de los intereses extranjeros, que es necesario crear una gran red de alianzas mundiales con las naciones débiles para así protegerse todos y que hay que señalar todos los días a quienes se opongan (o se atrevan a criticar) al gobierno.
López Obrador se formó intelectualmente en los años de Echeverría. Mientras don Luis viajaba por el mundo y manejaba la economía desde Los Pinos, AMLO estaba en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, ingresó al PRI y colaboró en la campaña para senador del poeta tabasqueño Carlos Pellicer. Las coincidencias no son accidentales.
A Echeverría le tocó gobernar México en una época de cambios mundiales: en todo el planeta el modelo económico que había surgido luego de la Segunda Guerra Mundial estaba en crisis. Los Estados ya no podían gastar tanto como antes para crear empleos y satisfacer todas las necesidades de sus habitantes. Poco a poco el mercado tomaría ese lugar, pero no sin que aquellas políticas a las que les convenía mantener el control de sus países intentaran evitarlo.
En los años de 1970 a 1976 el planeta vivió el final de la Guerra de Vietnam, la renuncia de Richard Nixon, la crisis de energéticos, el terrorismo en Europa, la muerte de Mao, la Teología de la Liberación, el crecimiento de las guerrillas en América Latina y la respuesta violenta de las dictaduras.
México, por su parte tenía enfrente dos grandes problemas: el modelo económico estaba fallando y el 68 dejó una guerra de guerrillas y una creciente desconfianza por parte de la sociedad.
Echeverría creyó que la solución estaba en volver al nacionalismo cardenista pero adaptándolo a las necesidades de su tiempo. Por eso su gobierno se enfocó en gastar todavía más para crear fuentes de trabajo, fortaleció su discurso nacionalista, reprimió a los movimientos de oposición y le echó la culpa a los empresarios de los males que sufría el país.
Al final de su sexenio el incremento del gasto público provocó una gran inflación y luego de 22 años el peso tuvo que devaluarse de 12.50 a 19.10 por dólar; la deuda externa creció hasta los 23 mil millones de dólares; el país vivió la matanza del 10 de junio de 1971, el asesinato de Eugenio Garza Sada, la "guerra sucia", el golpe al diario "Excélsior" y terminó más pobre de lo que era cuando comenzó el gobierno de Echeverría.
México tardó años en recuperarse de haber tenido un gobierno mesiánico, populista, que gastaba el dinero a manos llenas, que no rendía cuentas a sus gobernados sobre las acciones que realizaba y mucho menos permitía un libre juego de partidos políticos.
Ahora en 2022, López Obrador agrede al Instituto Nacional Electoral, construye sus propias obras (el aeropuerto Felipe Ángeles, la Refinería de Dos Bocas y el Tren Maya), quiere reapropiarse de la generación de energía, pone obstáculos a la información sobre los proyectos y las obras gubernamentales, militariza al país y todos los días se mofa de quienes lo critican.
El modelo paternalista y autoritario que aplicó en su momento Luis Echeverría sigue vivo y funcionando luego de años en los que parecía que desapareció. Y puede seguir entre nosotros durante décadas si los ciudadanos no hacemos algo para evitarlo.
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