Cortés entre nosotros.

 Hoy se cumplen 474 años de la muerte de Hernán Cortés en un poblado cercano a Sevilla, en España. El conquistador de Tenochtitlan fue muy recordado este año, cuando se cumplieron cinco siglos de la derrota de los mexicas y del nacimiento de la Nueva España. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador prefirió enfocarse en la "resistencia de los pueblos originarios" y no quiso tomar en cuenta que en 1521 comenzó el mestizaje que dio por resultado una nación mexicana que cuenta con una cultura riquísima. Ojalá y en el futuro nuestra sociedad se dé cuenta de que nuestra fortaleza radica en la diversidad y en la capacidad que tengamos para comprender nuestra historia en lugar de echarle la culpa al pasado por los problemas del presente.

En 1521 comenzó una de las etapas más interesantes en la vida de Hernán Cortés: por una parte obtuvo grandes riquezas y honores luego de haber luchado durante años contra el destino, pero por otro le tocó sufrir los ataques de sus enemigos y de la Corona española, que no querían que Cortés siguiera siendo un hombre muy poderoso. 

Luego de la rendición de Cuauhtémoc el 13 de agosto de 1521, Cortés dispuso que sobre los restos de la vieja Tenochtitlan se construiría una nueva ciudad al estilo de las de España. Se quedó con los predios en los que estuvieron los palacios de Moctezuma y Axayácatl y empezó la construcción de grandes mansiones que mucho tiempo después se convirtieron en el Nacional Monte de Piedad y en el Palacio Nacional. 

En 1522 el rey Carlos I lo nombró Gobernador, Capitán General y Justicia Mayor en Nueva España. De ese modo Cortés concentró todo el poder político, militar y judicial del nuevo territorio de la Corona Española. También fue en ese momento cuando se reencontró con su esposa Catalina Xuárez, (a la que había dejado en Cuba en 1518). Esa relación nunca funcionó y en noviembre de ese año Catalina amaneció muerta en el palacio de Cortés en Coyoacán, una tragedia que complicó por décadas la vida de Cortés.

El conquistador además pronto se enfrentó con dos problemas: a Nueva España comenzaron a llegar funcionarios de la Corona con la intención de cobrar impuestos y de frenar el poder de los conquistadores. Éstos, por su parte, querían hacer más expediciones para alcanzar la misma gloria que ya tenía Cortés. Cuando su antiguo colaborador Cristóbal de Olid se dirigió por su cuenta a explorar Centroamérica, Cortés lo acusó de insubordinación y lo persiguió con una enorme tropa en la que además se encontraba el Tlatoani Cuauhtémoc. La expedición fue un fracaso, a sus tropas se las tragó la selva, Cortés tuvo que huir de regreso a México por barco pero antes, temeroso de que Cuauhtémoc intentara asesinarlo, lo mandó colgar.

Cortés pudo regresar a la Ciudad de México, pero se enteró de que las autoridades españolas le impidieron la entrada a la capital y que le habían hecho un juicio de residencia, acusándolo de abusar de su poder. Cortés vivió en Coyoacán hasta 1528, cuando Carlos I le ordenó viajar a España.

El conquistador se presentó ante la Corona para defenderse de las acusaciones que le hacían en México. No tuvo mucho éxito. Sus problemas con la burocracia española lo acosarían durante todo el resto de su vida. Pero a cambio, en 1529 obtuvo el mayor de sus honores. Carlos I lo nombró Marqués del Valle de Oaxaca y le otorgó un enorme terreno que iba desde el Istmo de Tehuantepec hasta las cercanías de la Ciudad de México. Fue durante mucho tiempo el título nobiliario más importante del Virreinato, aunque su poseedor no tuviera ya el poder que había gozado con la caída de Tenochtitlan.

Cortés regresó a México con su madre y una nueva esposa; y en su palacio de Cuernavaca se dedicó a planear nuevas expediciones. Se estableció en el Istmo de Tehuantepec donde planeó la construcción de barcos que conectaran a Nueva España con el virreinato del Perú, además de que dirigió varias expediciones hacia el norte. En 1539 el navegante Francisco de Ulloa descubrió en California el golfo que hoy se llama Mar de Cortés.

Ese mismo año el virrey Antonio de Mendoza ordenó la incautación del astillero y de todos los barcos que tenía Cortés en Tehuantepec. Esto provocó que el conquistador tuviera que viajar de nuevo a España para defenderse. Nunca regresaría a México.

Entre 1540 y 1547, Cortés se la pasó defendiéndose en la corte española de las acciones del virrey Antonio de Mendoza, participó en una fallida acción militar en Argel y empezó a tener problemas por varias deudas que lo llevaron a empeñar diversas posesiones. 

Falleció a los 62 años ese dos de diciembre de 1547. En su testamento señaló que sus restos deberían descansar en Nueva España en cuanto fuera posible. Eso ocurrió 20 años más tarde, cuando lo depositaron en una iglesia en Texcoco. Luego de pasar ahí varias décadas, en 1794 sus restos fueron depositados en la iglesia de Jesús Nazareno, en la ciudad de México. 

Mientras tanto, en 1562 sus hijos protagonizaron un intento de independizar a Nueva España que les costó el exilio. El Marquesado del Valle de Oaxaca fue propiedad de la familia Cortés durante varios siglos hasta que ésta se extinguió y entonces pasó a una familia italiana llamada Pignatelli.

En 1836 los Pignatelli vendieron todas las propiedades que aún conservaban en la ciudad de México, temerosas de que el gobierno mexicano se las quitara como ya había intentado hacer tres años antes. Su apoderado, Lucas Alamán, además se encargó de ocultar los restos de Hernán Cortés para que no fueran profanados. Tuvieron que pasar 90 años para que, en 1946 los reencontraran y pusieran una pequeña placa con su nombre. 

Hernán Cortés es fundamental para la historia mexicana. A veces es padre y en otras victimario, según las circunstancias de cada época, pero México sería muy diferente (quizá peor o no necesariamente mejor) si Cortés no hubiera existido. Es un personaje histórico que sigue esperando el día en que los mexicanos dejemos de juzgarlo para comprenderlo en toda su complejidad. 

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