AMLO, Echeverría y la ONU.

 A principios de esta semana el presidente Andrés Manuel López Obrador viajó a Estados Unidos para presidir la sesión del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.

Para los que lo apoyan, el viaje de AMLO merece estar en "los salones del templo de la Historia", como dijo Antonio Attolini. Otros somos más escépticos sobre esa visita.

El presidente tuvo la ocurrencia de presentar ante el Consejo de Seguridad un "Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar para el Mundo" (el mundo mundial, se entiende), en el que básicamente le propone a los países más importantes del planeta aplicar las políticas de la 4T para terminar con la pobreza en todo el orbe. 

Este plan consiste en realizar un enorme censo para detectar a la "población objetivo" que se beneficiaría de estas medidas (aunque luego señalaron que de entrada 750 millones de personas tendrían derecho a una vida digna, sin aclarar por qué ese número y no otro. Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo más de mil millones de personas viven con menos de un dólar al día).

Luego de hacer el censo, la ONU, apoyada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial organizarían un gigantesco programa para brindar pensiones a adultos mayores, becas para estudiantes, apoyos a jóvenes, pensiones para niños con discapacidad, vacunas y medicamentos gratuitos.

¿Cómo se pagaría este programa, que supuestamente necesitaría de un billón de dólares al año? pues pidiéndole a las mil personas más ricas del mundo que contribuyan con el 4% de sus fortunas, que las mil corporaciones más importantes hagan lo mismo y que cada país perteneciente al G-20 ponga el 0.2% de su PIB.

México pertenece al G-20 y su PIB en 2020 fue de 1076 millones de dólares, o sea que estaría obligado a contribuir con cerca de 237 millones de dólares a este programa de bienestar mundial; sin aclarar si eso sería una contribución única o anual. Además de que no queda claro qué pasaría si las corporaciones y los ricos del mundo simplemente se niegan a contribuir con sus fortunas a este plan.

Al final el discurso de AMLO fue una mera ocurrencia que rápidamente el representante de Rusia se encargó de desechar. Si en México esos programas no han servido (en lo que va del sexenio tenemos casi cuatro millones de nuevos pobres y 15 millones sin acceso a servicios de salud), ¿por qué iba a funcionar para todo el planeta?

La presencia de AMLO en la ONU fue otra oportunidad perdida. Si lo hubiera meditado con calma (y si lo hubieran asesorado) habría sabido que era un excelente momento para relanzar uno de los documentos más importantes de la historia diplomática de México: la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados. 

La también llamada "Carta Echeverría" fue un documento aprobado por la Asamblea General de la ONU el 14 de diciembre de 1974, luego de dos años de negociaciones por parte de varios políticos mexicanos muy importantes como Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa y Porfirio Muñoz Ledo. 

A principios de los 70 el mundo estaba dividido entre los bloques capitalista y comunista, pero se había consolidado un "Tercer Mundo" que buscaba tener un crecimiento más armónico sin tener que depender de eso dos titanes. 

Experiencias anteriores como la Conferencia de Bandung de 1955 habían impulsado la creación de ese Tercer Mundo en el que México, desde los años de Adolfo López Mateos, jugaba un papel muy importante.

La "Carta Echeverría" proponía que se creara un orden mundial más justo que ofreciera opciones de desarrollo y crecimiento para los países pobres.

Había que crear un nuevo sistema de relaciones económicas que se basara en la igualdad, en respeto a la soberanía y la equidad. También señalaba que había que defender el derecho de cada nación a elegir su sistema político y económico sin presiones de otros países, a eliminar el colonialismo, proponer el desarme, regular las inversiones extranjeras, facilitar el acceso a ciencia y tecnología y disponer libremente de sus recursos naturales. 

La carta fue respaldada por 40 países miembros de la ONU, pero al final no tuvo éxito porque no era un documento vinculante (no obligaba a todos los países a obedecerla) y además llegó en un momento en el que el modelo del Estado benefactor estaba en crisis, pocos años después surgió el Neoliberalismo y además esos países del Tercer Mundo llegaron a los años 80 con tremendas crisis económicas que redujeron su capacidad de influir en el resto del planeta.

En 2021, cuando se supone que el Libre Mercado va en retroceso y estamos viviendo el regreso del Estado, relanzar la "Carta Echeverría" (modernizándola) pudo ser mucho más interesante para el resto del planeta en lugar de escuchar el discurso anquilosado al que nos tiene acostumbrados nuestro presidente. 





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