“El odio al gachupín” Un fantasma en la historia mexicana.
Las
declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador en el sentido de que
España y la Santa Sede deberían disculparse por las matanzas ocurridas durante
la conquista de México han despertado viejos rencores que parecían olvidados.
Mientras los historiadores y otros expertos enfatizan que la actual nación
mexicana es producto de la mezcla de indígenas, españoles, negros, asiáticos y
otros grupos y por ello una disculpa por parte de la Corona Española no tiene
ningún sentido, otros sectores insisten en que España cometió un crimen hace
cinco siglos y debe responder por sus actos.
En esta polémica ha regresado un viejo fantasma nacional
que creíamos que había desaparecido: la hispanofobia; el odio a los
“gachupines”, los que supuestamente se robaron nuestras riquezas, violaron a
nuestras mujeres y nos esclavizaron durante siglos.
Por lo menos durante la primera mitad del siglo XX la
palabra “gachupín” fue usada para insultar a los españoles que vivían en
México. La expresión “vamos a coger gachupines” tenía un tono de venganza y de
doble sentido. Para el mexicano promedio era extraño recordar que tenía
antepasados en la península y no se cuestionaba por el origen de su lenguaje o
de su religión.
Desgraciadamente el antihispanismo ha estado presente en México
desde hace siglos porque los distintos grupos políticos que gobernaron este
país muchas veces lo usaron para justificar sus fracasos y para influir en la
sociedad. La hispanofobia nunca ha sido buena para nuestro país y hay que
recordarla para evitar que regrese.
Parecería lógico que los primeros que odiaron a los
españoles fueron los indígenas luego de la destrucción del Imperio Mexica en
1521; pero en realidad esa pugna fue creada por los hijos de peninsulares
nacidos en América: los criollos.
Esos novohispanos de tez blanca que al principio no se
sentían parte de América ni de Europa buscaron durante los 300 años del
Virreinato algo que les diera identidad: para ello recurrieron a la religión
católica y especialmente al culto a la Virgen de Guadalupe; pero también se
enemistaron con sus antepasados españoles.
El Virreinato fue administrado durante gran parte de su
historia por funcionarios venidos de la península, lo que impedía que los
criollos pudieran gobernar un territorio que consideraban suyo. Esta molestia
creció a partir de la etapa borbónica entre 1700 y 1821 cuando la Corona empezó
a cobrar nuevos impuestos y limitó aún más el papel de los criollos en la
sociedad novohispana.
Ya en 1794 Fray Servando Teresa de Mier provocó un
escándalo en Nueva España al asegurar que el manto de la Virgen de Guadalupe
era en realidad la capa del apóstol Santo Tomás que había evangelizado estas
tierras luego de ocurrir la pasión de Cristo. Mier aseguraba que los antiguos
indígenas habían sido originalmente cristianos y con esa versión contradecía a
la Corona española que aseguraba que una de las razones de la Conquista fue la
evangelización de América.
Cuando Hidalgo se levantó en armas en 1810 una de sus
quejas principales fue que los funcionarios peninsulares en América habían
traicionado a Fernando VII al entregarle el reino a Napoleón Bonaparte y
pretendían cobrar nuevos tributos. Hidalgo fue muy fiero con los españoles; las
matanzas de inocentes en la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato y luego en las
afueras de Guadalajara fueron vistas por el padre de la patria como una
necesidad para liberar a Nueva España.
Su sucesor José María Morelos consideraba que los españoles
se habían apoderado de América por medio de las armas y esclavizando a los
indígenas. Era necesario matar a los gachupines para liberar al nuevo país. Con
Morelos surge la idea de que entre las culturas prehispánicas y el México que
querían fundar los insurgentes no había distancia, como si los 300 años del
virreinato no hubieran ocurrido.
En
1821 Agustín de Iturbide logró al fin la independencia mexicana, pero con el
objetivo de convertirnos en una monarquía bajo el mando del rey de España
Fernando VII. Dos países separados pero con el mismo monarca. Cuando eso no se
logró porque Fernando VII no reconoció la independencia mexicana, Iturbide se
volvió emperador pero su reino duró poco menos de un año.
La naciente república mexicana heredó este rencor a España
porque además la península impidió en 1821 que otros países nos reconocieran como
Estado. México recobró San Juan de Ulúa en 1825, expulsó a españoles que
estaban en el país en 1828 y un año después derrotó a una fuerza expedicionaria
que pretendía restablecer el Virreinato. El odio al español estaba consolidado.
Si bien en 1836 México y España firmaron el Tratado de
Santa María Calatrava por el cual las dos naciones se reconciliaban y todos los
crímenes del pasado quedaban olvidados, la verdad es que el rencor al español
se mantuvo durante el siglo XIX.
Una de sus razones estuvo en la lucha ideológica que vivió
México en esos años entre el Partido Liberal y el Partido Conservador. Los
liberales insistían en que era necesario modernizar a México, convertirlo en
una democracia, transformar su economía y acabar con el poder que tenían el
Ejército y la Iglesia Católica. Los conservadores en cambio creían que México
debía rescatar lo mejor que había tenido durante el Virreinato: una economía
cerrada y basada en la minería, un ejército fuerte y el Estado debía proteger a
la Iglesia. Los liberales creían que el futuro estaba en Estados Unidos; los
conservadores pensaban que lo mejor de México estaba en España. Eso más el
reconocimiento español al Imperio de Maximiliano provocó que el rencor a los
españoles creciera cada vez más.
El Porfiriato se esforzó en mantener buenas relaciones con
España. En las fiestas del Centenario de la Independencia en 1910 España fue el
invitado más importante. Don Porfirio creía que era necesario que las dos
naciones se reconciliaran y por eso uno de los momentos estelares de esos festejos
fue la recreación del encuentro de Cortés y Moctezuma como una forma de
simbolizar una nueva etapa para los dos países. España por su parte y como un
gesto de buena voluntad nos regresó el uniforme de generalísimo que usaba José
María Morelos.
Sin embargo, la Revolución volvió a separar a los dos
países. España estaba preocupada porque los revolucionarios destruían las
propiedades de sus connacionales y los españoles otra vez eran vistos con
desprecio, especialmente los que se dedicaban a administrar haciendas.
Durante la tercera década del siglo XX el antihispanismo
tomó fuerza porque se le identificaba con el conservadurismo religioso.
Mientras el gobierno mexicano abría las puertas del país a la República
Española con tendencia de izquierda, otros grupos se identificaban con el
movimiento franquista por su carácter hispano y católico. Esos grupos tuvieron
un papel importante en la fundación de la Unión Nacional Sinarquista y luego en
el Partido Acción Nacional.
Desde los años 40 y hasta finales de los 70 el hispanismo
era visto como un resabio del conservadurismo mexicano que se oponía al
progreso del país. Fue hasta la muerte de Franco y la restauración de la
monarquía que mejoraron las relaciones entre México y España.
Ya durante los años 90 la imagen de España en México fue
muy positiva porque representaba al futuro: las Olimpiadas de Barcelona en
1992, su crecimiento económico, su liderazgo en América Latina y su ejemplo de
una nación que había pasado de una dictadura a una democracia parlamentaria
eran muy apreciadas en nuestro país y el resto del continente.
Sin embargo, en esos años también creció un neoindigenismo
que consideraba que así como era necesario “resistir” al poder del mercado que
había desatado el neoliberalismo, también había que recordar las ofensas que
los pueblos indígenas habían sufrido siglos atrás. La Conquista de México
volvió a ser vista como una agresión que ahora sufrían aquellos grupos que eran
subyugados por las transnacionales.
Eso nos trae a nuestro tiempo, en el que el presidente
López Obrador considera que España debería disculparse con México por lo
ocurrido entre 1519 y 1521. Parecía una polémica resuelta hace años pero hoy ha
revivido. Tenemos que recordar nuestra hispanofobia para evitar que crezca.
México es una nación mestiza y sólo comprender nuestro pasado nos ayudará a
construirnos un buen futuro.
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