Las tres crisis de José López Portillo y Enrique Peña Nieto

En 1984 Francisco Gil Villegas, en ese entonces un joven académico de El Colegio de México escribió "La crisis de legitimidad en la última etapa del sexenio de José López Portillo". En ese artículo Gil Villegas reflexiona sobre los problemas que llevaron al catastrófico final de ese sexenio que transcurrió entre 1976 y 1982 y encuentra tres crisis que ocurrieron al mismo tiempo y ocasionaron un desastre histórico.
La primera crisis, dice Gil Villegas, fue económica. El excesivo gasto público más la caída de los precios del petróleo dejaron a México sin recursos no sólo para mantener su ritmo de crecimiento sino hasta para atender las necesidades básicas de su población.
La siguiente crisis fue administrativa. El gobierno de López Portillo no tenía capacidad para impedir que la economía se viniera abajo, además de que la corrupción estaba absorbiendo una parte importante de esos recursos.
Y eso provocó la tercera crisis: la de legitimidad. El gobierno de López Portillo perdió el apoyo y la lealtad de la iniciativa privada mexicana (que veía como se mantenía artificialmente el precio de nuestra moneda y por eso prefirió sacar sus capitales del país) mientras las clases medias y bajas sufrían por el aumento de precios que al final llevó a que el Estado mexicano tuviera que nacionalizar la banca y controlar el tipo de cambio. 
Todo eso ocurrió en la última etapa del sexenio de López Portillo, que Gil Villegas identifica alrededor de 1981 cuando la Reserva Federal de Estados Unidos subió sus tasas de interés y comenzó la caída de ese gobierno cuyo titular se definió como "la última esperanza de la Revolución Mexicana". 
A 34 años de esos acontecimientos México ha cambiado mucho. Sin embargo, podemos aprender de ese pasado y más en estos momentos en los que el gobierno de Enrique Peña Nieto también está viviendo una serie de crisis que pueden ahondarse en esta última etapa de su sexenio. 
Para empezar, la deuda externa mexicana subió un 8.8% de enero a julio de este año, hasta llegar a los 177 mil 300 millones de dólares. A pesar de que pueden señalarse razones externas para este endeudamiento, no pueden ignorarse las palabras del gobernador del Banco de México Agustín Carstens: "El endeudamiento está llegando a los límites de lo razonable". 
Como asegura Manuel Jauregui, columnista de Reforma: "La economía mexicana está al borde de la recesión, la pobreza crece por la declinación del poder adquisitivo del salario y hay indicios de inflación".
El siguiente punto tiene que ver con los problemas que ha tenido el gobierno de Enrique Peña Nieto para aplicar las reformas educativa y energética que presumió como las más importantes de su mandato. A pesar de que, en entrevista con Carlos Marín, Peña Nieto aseguró que en treinta estados de la república ya se lleva a cabo la reforma educativa, durante meses hemos visto a la CNTE actuar como si no hubiera alguien que pudiera contenerla. La reforma energética, por su parte, no ha logrado que bajen los precios de la gasolina, aunque el presidente Peña Nieto se justificó en su reciente "encuentro con los jóvenes del 2 de septiembre pasado asegurando que jamás prometió ese descenso y que mientras tanto el gas sí ha bajado de precio. 
Pero el tercer punto es el más delicado. Es la crisis de legitimidad; de esa capacidad para gobernar gracias al apoyo y la lealtad de la sociedad. En ese punto el gobierno de Peña Nieto ha ido de fracaso en fracaso: la corrupción está desatada a todos niveles del gobierno federal y a nivel estatal y municipal; territorios muy importantes del país siguen controlados por la delincuencia; hay constantes violaciones a los derechos humanos; y otra vez citando a Manuel Jáuregui: la imagen presidencial está severamente erosionada. Entre la Casa Blanca, el departamento de Miami, las disculpas por "ofrecer una percepción incorrecta" y ahora el vergonzoso escándalo con Donald J. Trump el presidente Peña Nieto se percibe (ahora sí) cada vez más débil; justo en el momento en que el país necesita de una autoridad firme (y con legitimidad) para conducir al país en el final del sexenio, una etapa que debido al cambio de poderes forzosamente será conflictiva. 
La historia nunca se repite pero siempre se parece a sí misma porque sus personajes principales -los seres humanos- siempre están atados a sus miedos y pasiones. El pasado a través de sus analogías nos sirve para entender el presente. Ojalá en este caso eso nos sirva para que el sexenio de Enrique Peña Nieto no termine de una forma tan dramática como el de José López Portillo. 

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