Cuando la historia llega al corazón.



Esta foto me sobrecogió. Es Omran Daqneesh, un niño sirio de cinco años que sobrevivió hace unos días al bombardeo de su casa en la ciudad de Aleppo, en Siria. Omran no llora, el shock no se lo permite. Sólo parece que espera a que su mamá llegue a abrazarlo y limpiarle la cara. 
Herodoto cuenta en sus Nueve libros de la Historia el incidente de Creso, rey de Lidia, el cual luego de ser derrotado por las tropas de Ciro II de Persia en la batalla del río Halis y al ver la destrucción de su imperio y el dolor de sus seres queridos simplemente no pudo articular palabra. Las penas medianas nos hacen llorar, pero las penas máximas nos enmudecen. 
Hoy recordé a Omran en una clase sobre la Primera Guerra Mundial. Mis alumnos y yo leímos un artículo inquietante: The souls of soldiers. Civilians under fire in First World War France, escrito por Susan Grayzel
En este artículo, Grayzel narra los primeros grandes bombardeos ocurridos en Francia durante la guerra que duró de 1914 a 1918. En esa época la tecnología fascinaba al hombre y hubo varios autores que escribieron diversos relatos (entre ellos H.G. Wells) imaginándose cómo sería la experiencia de ver una ciudad destruida por un ataque aéreo. 
Pero la realidad siempre nos sobrepasa. Aunque no causaron tanto daño como la Batalla de Inglaterra, los bombardeos en el norte de Francia y especialmente en París fueron lo suficientemente severos para aterrorizar a la población. 
Grayzel también menciona cómo el gobierno francés censuraba la información sobre los bombardeos para que los alemanes no supieran en qué lugar del país habían tenido éxito sus ataques, pero al mismo tiempo hicieron una gran campaña de propaganda pensada para mantener la moral de su población lo más alta posible. 
En un mundo en el que los civiles se habían convertido por primera vez en blancos militares era necesario ensalzar a las mujeres que trabajaban en las fábricas y a los niños que sufrían por la violencia, para darle un sentido a la matanza y mantener a Francia convencida de que había que soportar la destrucción hasta vencer a los alemanes. 
Lo que más me importaba era que mis alumnos -futuros colegas- aprendieran a ver la Historia a largo plazo y que sean empáticos con ella. Que no la vean como algo muerto y lejano sino que puedan identificarse con los acontecimientos del pasado, compartan sus sentimientos y los relacionen con su presente. 
Creo que sólo así la Historia adquiere su verdadero valor. 
"Profe, ¿podemos leer textos menos dramáticos para la próxima vez? no sabes cuánto lloré con éste" me dijo una alumna al final de la clase. 
Me hubiera gustado decirle que la Historia siempre es linda, que esos niños franceses al final tuvieron una buena vida y que la mamá de Omran le lavó la cara y lo llevó a un lugar seguro. Lamentablemente no pude hacerlo. 


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