Miguel Miramón; entre el Cerro de Chapultepec y el Cerro de las Campanas.

Fue un valiente militar y un orgulloso egresado del Colegio Militar; defendió a México el 13 de septiembre de 1847 y se convirtió en el presidente más joven del país en 1859. También permitió robos y masacres para defender su proyecto político, y murió fusilado junto al emperador Maximiliano el 19 de junio de 1867.
La historia nunca es simple ni bonita; es apasionante pero también contradictoria. Miguel Miramón estaba convencido de que México necesitaba una dictadura para acabar con los demagogos que lucraban con la política, y que el país saldría adelante gracias a modernizar nuestra economía. Si la vida hubiera sido distinta, tal vez habría sido amigo y colaborador del hombre que logró esas dos metas: Porfirio Díaz.
Pero la historia no se hace con "hubieras". Y Miramón tuvo que afrontar las dolorosas consecuencias de sus acciones.
Miramón nació en la ciudad de México en 1831. En su familia aprehendió dos tradiciones mexicanas del siglo XIX: la profunda fe católica y el militarismo. En 1846 ingresó, como sus hermanos, al Colegio Militar, donde se distinguió por ser un cadete muy disciplinado. Fue prisionero de guerra de los norteamericanos, luego que Chapultepec se rindió en 1847.
Luego de varias misiones en el ejército, Miramón peleó contra los que se sublevaron en 1854 contra el gobierno de Antonio López de Santa Anna. Estuvo en el bando perdedor, pero conservó su empleo. Las cosas cambiaron en 1856, debido a que el Presidente Ignacio Comonfort llamó a promulgar una nueva constitución, la cual tenía un marcado tinte liberal. Miramón se unió a un levantamiento en el centro del país, en el que participaron otros militares que luego formaron parte del Ejército Conservador en la Guerra de Reforma: Tomás Mejía, Luis Osollos, Miguel Etcheagaray y Félix Zuloaga.
Este último se volvió presidente de México a principios de 1858, cuando los conservadores convencieron al presidente Comonfort de dar un golpe de Estado contra la Constitución de 1857, y luego lo arrojaron como a un trapo sucio. Contra ellos estuvo el presidente de la Suprema Corte de Justicia y legítimo sucesor del jefe del Ejecutivo: Benito Juárez.
Así comenzó una de nuestras guerras más violentas, que costó 70 mil vidas en tres años. Muchos muertos para un país que no llegaba a los 10 millones de personas.
Miramón peleó ferozmente contra los liberales y se convirtió en el mejor guerrero de los conservadores. Le decían "El joven Macabeo", para compararlo con ese personaje del Antiguo Testamento que defendió al pueblo de Israel contra sus enemigos.
A principios de 1859, los conservadores lo nombraron presidente de México. Allí cometió tres enormes errores que a la larga cimentaron la derrota de su partido: la matanza de Tacubaya, el Tratado Mon-Almonte y el asalto a la Legación Británica.
El 11 de abril de 1859, Miramón permitió que el general conservador Leonardo Márquez fusilara a 53 personas, acusándolas de haber participado en un ataque liberal contra la ciudad de México. La mayoría de los fusilados ya estaban heridos, el resto eran estudiantes de medicina e inclusive extranjeros que vivían en ese poblado. Miramón jamás castigó a Márquez por su delito.
En septiembre de ese mismo año, Miramón autorizó a Juan Nepomuceno Almonte -hijo del Cura Morelos- a firmar un tratado de colaboración con el reino de España. El tratado Mon- Almonte permitía a esa nación inmiscuirse en los asuntos del país, lo que debilitó aún más la soberanía mexicana.
Y a mediados de 1860, Miramón consintió que Leonardo Márquez robara 600 mil pesos de la Legación Británica, por lo que ese país le retiro a los conservadores su reconocimiento.
Miramón fue derrotado a finales de 1860 en la Batalla de Calpulalpan. Huyó del país. Pasó un tiempo en La Habana, Nueva York y Europa. Allí se enteró de que Francia había invadido México y que parte de los conservadores se habían convertido en monárquicos, que restablecieron el Imperio Mexicano y al fin tenían un príncipe de sangre real para dirigirlo: Maximiliano de Habsburgo.
Miramón consideró la posibilidad de unirse a Juárez para pelear contra el Imperio, pero eso era imposible. Buscó a Maximiliano y el emperador le ofreció que formara el nuevo ejército mexicano, pero tampoco pudo lograrlo. El verdadero gobernante de México, el comandante de las tropas francesas Francisco Aquiles Bazaine no quería a Miramón en México haciéndole sombra, por lo que lo humilló hasta que Maximiliano decidió enviarlo a Prusia.
Allá, Miramón se aburrió por dos años, hasta que a principios de 1867 regresó a México. Los franceses se habían ido y el Imperio se tambaleaba. Maximiliano formó un Estado Mayor con los generales Leonardo Márquez, Tomás Mejía y Miguel Miramón. Pelearon contra los republicanos, pero era poco lo que podía hacerse.
El imperio se desplazó a Querétaro, porque supuestamente sería más sencillo defenderse de Juárez y sus tropas. Márquez ofreció ir a la ciudad de México por tropas para aguantar los ataques de los republicanos. Jamás regresó.
El imperio cayó en abril de 1867. Maximiliano, Miramón y Mejía fueron juzgados de acuerdo con la ley del 25 de enero de 1862, y los declararon culpables de atentar contra el gobierno mexicano. Fueron fusilados un 19 de junio en el Cerro de las Campanas.
Concepción Lombardo, viuda de Miramón, dispuso que el cadáver de su marido fuera enterrado en el cementerio más lujoso de México: San Fernando. Allí estuvo hasta 1872. En ese año falleció el Presidente Juárez y fue enterrado en el mismo lugar. La señora Lombardo no estuvo dispuesta a permitir que su marido reposara en el mismo lugar que la persona que lo mandó fusilar, por lo que exhumó los restos y se los llevó a uno de los lugares representativos del México conservador: la Catedral de Puebla.
Allí descansa Miguel Miramón. Su generación logró años más tarde unirse bajo el mando de un caudillo que se propuso pacificar forzosamente a México y que lo hizo muy rico, pero también impidió que los ciudadanos eligieran libremente a sus gobernantes.
La historia nunca es bonita, como dije antes. Pero a cambio de eso, México ha vivido momentos apasionantes y ha tenido personajes cautivadores, como Miguel Miramón.

Comentarios

  1. Siempre me ha llamado la atención la historia de los vencidos, como dices, en la historia no hay 'hubieras' pero seguramente la cosa sería distinta y veríamos a Miramón con otros ojos ¡De sólo pensar en la cantidad de batallas que enfrentó me cansó!
    Por cierto, ¿sabes dónde podría conseguir las Memorias de una primera dama de Concha Lombardo? Tengo muchas ganas de leerlas. Te encargo.
    ¡Saludos!
    Sandra

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