¿Qué hacemos con Hernán Cortés?
Desde su pequeño sepulcro en el Hospital de Jesús en la Ciudad de México, Hernán Cortés nos mira, tal vez asombrado por la forma en que ha cambiado este territorio que él conquistó hace casi cinco siglos. Él tampoco ha tenido una vida fácil (después de muerto, quiero decir). Regresó a México convertido en huesos 20 años después de sucumbir para que lo colocaran en una iglesia de Texcoco. Seis décadas más tarde lo trajeron a la capital, al Convento de San Francisco; y en 1794 lo pusieron donde ahora reside. Pero tampoco allí terminaron sus aventuras. En 1823 lo movieron de donde estaba para guardarlo en un nicho abajo del altar mayor, para que la turba no los robara y jugara con ellos el primer partido de futbol no oficial de nuestra historia. Trece años más tarde lo colocaron en otro nicho y allí ha descansado desde entonces. Sólo lo molestaron una vez más, en 1946, para añadir en su tumba una sencilla placa en la que sólo aparece su nombre y sus fechas de nacimiento y muerte.