Ejo Takata: ¿Cuál es el sonido de una sola mano?

Los años 60 del siglo XX fueron un momento vibrante en la historia de México y el mundo. Además de varios hechos muy conocidos, como la Guerra Fría, el auge económico y el desarrollo de la tecnología y las comunicaciones, los 60 vieron el furor de disciplinas espirituales (muchas de ellas provenientes de oriente) que se presentaban como una alternativa ante la neurosis generada por la sociedad occidental.
 
El tiempo era propicio para el “boom” de las religiones orientales en occidente: por un lado estaba el miedo constante ante la posibilidad de que en cualquier momento los norteamericanos o los soviéticos apretaran el botón rojo y el planeta estallara en mil pedazos. Por otra parte, los jóvenes se habían convertido en el centro de una revolución mundial que transformó la cultura de las siguientes generaciones.
 
El crecimiento económico del planeta luego de la Segunda Guerra Mundial también cambió el panorama. A diferencia de lo que esperaban los economistas de ese tiempo –una nueva y gravísima crisis económica, a la que seguiría otra enorme conflagración– lo que vino fue totalmente inesperado: un periodo de aproximadamente tres décadas en las que la economía mundial se disparó y esa bonanza pudo medianamente repartirse entre los habitantes del globo.
 
Obviamente, la pobreza no desapareció, pero sí surgieron muchos empleos para esos “baby boomers” que nacieron luego de la Segunda Guerra Mundial, y que se encontraban en los años 60 en una situación financiera, si no maravillosa, si mucho mejor que la que vivieron sus padres a su edad. Era más fácil conseguir trabajo y había un mercado dispuesto a satisfacer las exigencias de esos jóvenes trabajadores.
 
Por otra parte, las políticas aplicadas por los Estados benefactores permitieron que mucha gente fuera a las universidades, con la seguridad de que obtener un título les permitiría conseguir trabajos bien pagados, con lo que su nivel social se elevaría. El mundo aparentaba ser un lugar seguro en el que sólo era necesario ajustarse a las necesidades del sistema para gozar de todos sus beneficios.
 
Sin embargo, no era tan sencillo como parecía. El temor ante la posibilidad de una guerra nuclear y la insatisfacción de crecientes grupos en occidente ante una sociedad enajenada por el consumismo hizo que esa generación juvenil buscara la forma de expresar su insatisfacción. Y es que además, la forma en que se gobernaban las sociedades tampoco era del gusto de los jóvenes: no importaba que fuera el socialismo soviético, la libre empresa norteamericana, la democracia francesa o el republicanismo autoritario mexicano; en todos estos casos los jóvenes se manifestaron porque los consideraban sistemas hipócritas que sólo servían para mantener dominados a los ciudadanos.
 
Las expresiones de rechazo ante “el sistema” fueron variadas: los movimientos estudiantiles y las guerrillas estuvieron a la orden del día, pero también hubo manifestaciones de otro tipo: la música, la forma de vestir, la liberación sexual, el auge de las drogas, y las religiones orientales.
 
Éstas ya tenían algún tiempo en el panorama occidental. El colonialismo del siglo XIX permitió que el oeste conociera a las culturas orientales. El Imperio Británico llevó a occidente diversas expresiones espirituales surgidas en el otro lado del planeta: Hinduismo, Budismo, Yoga, Confucianismo y Taoismo se volvieron términos comunes en las universidades. Sin embargo, su estudio era meramente académico; servía para que los orientalistas tuvieran una mayor comprensión de los territorios que eran explotados por los imperios occidentales. No existía una práctica masiva de las disciplinas orientales, que eran más bien propiedad de aquellos grupos de inmigrantes a las metrópolis, que con ello conservaban su cultura, y de algunas personas con intereses esotéricos.
 
Es hasta el final de la Segunda Guerra Mundial cuando estas disciplinas cobran auge entre las sociedades occidentales. Escritores como Jack Kerouac y Allen Ginsberg se acercaron al Budismo y al Hinduismo buscando una respuesta ante la crisis de sentido que vivía la sociedad industrial. Beatniks y Hippies siguieron a estos dos escritores, y pronto muchas personas en occidente se convirtieron en “vagabundos del Dharma”.
 
A Estados Unidos comenzaron a llegar muchos líderes espirituales de oriente: había yoguis, sufíes, lamas tibetanos, y roshis japoneses. Shunryu Suzuki llegó en 1959 a San Francisco para instalar uno de los centros de meditación budista más importantes de ese país, el San Francisco Zen Center; y muchos americanos estaban en Asia buscando la iluminación, como Philip Kapleau y Robert Aitken.
 
Puede decirse que, en esta época, la corriente budista más importante en occidente era el Zen. Esta es una rama del budismo que se generó en China y se consolidó en Japón a partir del siglo VI. A diferencia de otras escuelas, el Zen apuesta por la experiencia directa y no sólo por la lectura y discusión de los textos sagrados del budismo. Para el Zen, más allá de los conceptos y las ideas generadas por la mente humana está la realidad, y para acceder a ella es necesario vaciarla a través del Zazen, o meditación.
 
El Zen se volvió muy atractivo en occidente por su carácter iconoclasta (“Si te encuentras al Buda, ¡córtale el cuello”, es uno de los dichos Zen más famosos que existen), y por su confianza absoluta en que todos los seres humanos podemos alcanzar la iluminación a través del duro esfuerzo personal y no por una gracia divina. El Zen congeniaba muy bien con el espíritu de libertad que propugnaban los hippies, aunque en el fondo no fueran tan parecidos como aparentaban.
 
Es en este contexto que una tarde de 1967, un monje zen japonés se paseaba por el centro de la Ciudad de México. Lo que sabemos de él fundamentalmente lo debemos a obras escritas por uno de sus discípulos, el famoso Alejandro Jodorowsky, y a testimonios de otros estudiantes, esparcidos en diversos libros y páginas de internet. Es una historia que a veces tiene muchas incoherencias, pero que en el fondo nos permite ver lo importante que fue en su momento que Ejo Takata viviera en nuestro país, y la recepción que le dio al budismo zen un segmento de la sociedad mexicana.
 
Ejo Takata nació en 1928 en Kobe, Japón. A los nueve años entró como novicio al monasterio de Horyuji, perteneciente a la escuela Rinzai. Tiempo después se cambió al Shofukuji, en donde conoció al que sería su maestro: Yamada Mumon. Hay versiones que aseguran que Takata, además de ser un monje zen, tenía un doctorado en filosofía, lo que lo asemejaría a otros exponentes japoneses del zen que fueron maestros de esa primera generación de norteamericanos que llegó a sus monasterios a entrenar, como Sogaku Harada Roshi y Hakuun Yasutani Roshi.
 
Sabemos poco sobre el entrenamiento de Ejo Takata en Japón. No está claro si recibió la autorización de su maestro Yamada Roshi para enseñar budismo zen. Lo que conocemos es que en 1967 se fue a Estados Unidos, en donde enseñó por muy poco tiempo en un monasterio ubicado en California.  A los pocos días de llegar se dio cuenta de que sus estudiantes californianos estaban más interesados en “aparentar” que sabían Zen y no en entrenar seriamente, por lo que Takata agarró sus pocas pertenencias y consiguió que un camión que transportaba naranjas lo llevara “a cualquier parte”. Y ese lugar fue la Ciudad de México.
 
La historia de Ejo Takata, tal como la cuentan Jodorowsky y otras personas, está llena de coincidencias, o de “buen karma”. Luego de varias horas de pasear por la Ciudad se le acercó un muy asombrado psicoanalista de nombre desconocido, quien no podía creer lo que estaba viendo: un monje zen japonés en México. Lo invitó a subir a su coche y lo llevó a conocer a su maestro, un muy famoso psicoanalista alemán que en ese tiempo vivía en Cuernavaca y trabajaba para la UNAM: Erich Fromm.
 
Para ese entonces, Fromm ya era una autoridad en el campo del psicoanálisis. Había trabajado con la Escuela de Frankfurt y le dio a sus investigaciones psicoanalíticas un carácter humanista. El Zen no le era extraño: en 1957 realizó un seminario en Cuernavaca en el que analizó las coincidencias entre su perspectiva del psicoanálisis y el Zen, junto con quien en ese entonces era la máxima figura de esa práctica japonesa: Daisetsu Teitaro Suzuki.
 
Cuando Fromm conoce a Ejo Takata, rápidamente se hacen amigos y lo ayuda a instalar un Zendo (sala de entrenamiento Zen), al que sólo asisten los discípulos mexicanos de Fromm. Jodorowsky cuenta que fue en ese momento cuando conoció a Ejo Takata.
 
El primer Zendo duró poco tiempo; si confiamos en los recuerdos de Jodorowsky, Takata se dio cuenta muy pronto de que los psicoanalistas mexicanos cojeaban del mismo pie que sus primeros estudiantes en California: no querían entrenar Zen, querían regodearse a sí mismos aparentando que lo hacían. Podían durar horas sentados meditando porque antes habían tomado pastillas para relajarse.
 
Sin embargo, otros testimonios dicen que Ejo Takata tuvo otros dos Zendo: uno en la calle de Puebla, en la Colonia Roma, y el otro en la calle de Sagredo. José Agustín menciona al primero en uno de los volúmenes de su Tragicomedia Mexicana.
 
Diversos testimonios concuerdan en señalar que Ejo Takata era un hombre muy silencioso que enseñaba con el ejemplo. Su sistema de Zazen consistía en simplemente sentarse y seguir las respiraciones, por lo que no podríamos decir propiamente que estuviera “meditando”. En el libro Zen en México, que es una antología de diversos escritos y conferencias que dio en México entre 1968 y 1970, Takata describe varios ejercicios que son comunes en el Zen y en otras disciplinas orientales, como el conteo de las respiraciones y la repetición mental de mantras para tranquilizar la mente.
 
En los libros de Jodorowsky, sin embargo, hay páginas y páginas de pláticas con Takata, quien le cuenta sobre sutras (textos sagrados del budismo), lo pone a prueba con los koans (acertijos usados en el Zen para despertar la mente del practicante), y en algunas ocasiones le platica sobre su vida.
 
Entre 1968 y 1970, Ejo Takata dio varias conferencias sobre Zen. Participó en una “Jornada Ecuménica por la Paz” el 10 de octubre de 1968 y dio una plática a periodistas sobre “la verdad de la comunicación humana” en 1969. Zen en México es quizá el único testimonio escrito que dejó. Es un conjunto de diversos textos en los que explica cómo hacer Zazen, de qué manera esta disciplina ayuda a tranquilizar la mente y atrae la salud, también habla sobre la importancia que tiene para el Zen la experiencia directa y comenta a varios autores occidentales que conocieron esta práctica, como el famoso Eugen Herrigel. En este libro está su frase más famosa: “México no necesita del Zen, pero el Zen necesita de México”.
 
Junto con sus alumnos fundó “ZEN, A.C.”, con la intención de fortalecer la difusión del budismo Zen en México. Al parecer, también en esta etapa comenzó a ayudar a varias comunidades indígenas. Una versión lo sitúa en 1969 con los indígenas Mixes, enseñándoles el cultivo y uso de la Soya.
 
En 1970, Takata regresó a Japón, con lo que parecía que su misión en México había terminado. Según Jodorowsky, durante su ausencia el grupo pervirtió sus enseñanzas –ya que creían que jamás iba a volver– pero cuando Takata reapareció meses más tarde, acompañado de su esposa, su furia lo llevó a cerrar el Zendo y dedicarse exclusivamente a trabajar con los indígenas.
 
Al parecer, esta decisión estuvo acompañada de otra decepción: Jodorowsky y José Agustín en sus libros narran el caso de un estudiante mexicano de Takata (su mejor estudiante, en realidad), quien antes había sido actor y al que su maestro envió a Japón, al monasterio de Shofukuji, donde Takata había entrenado. Luego de varios meses, el estudiante mexicano fue expulsado luego de que le encontraron drogas entre sus pertenencias, las cuales tomaba para soportar las largas sesiones de meditación.
 
Sin embargo, otras versiones dicen que el Zendo perduró 15 años más, hasta 1985, cuando las rencillas entre los miembros del grupo obligaron a Takata a terminar con esa etapa de su vida. Para ese entonces, ya era también acupunturista de la escuela Ryodoraku, y hasta se dio tiempo de aparecer en los escenarios con su amigo Jodorowsky.
 
Cuando éste montó en teatro una versión libre de Así hablaba Zaratustra, de Friedrich Nietzsche, se le ocurrió que sería una buena idea hacerlo en un teatro completamente libre de escenografías y con los actores desnudos. Mientras Isela Vega, Héctor Bonilla y Carlos Ancira interpretaban la obra, Ejo Takata se sentaba al fondo del desnudo escenario en posición de flor de loto, y permanecía sin moverse durante toda la función.
 
Luego de su experiencia con ZEN, A.C, Takata dio clases en varios sitios. Algunas veces fue en casas particulares, pero hay testimonios de que estuvo también en el gimnasio de artes marciales japonesas de la UNAM (que está abajo del Estadio Olímpico), y al parecer también estuvo en El Colegio de México.
 
Takata fue integrante del Consejo Interreligioso de México y fue miembro fundador de la Comunidad Budista de México. Siguió trabajando con las comunidades indígenas y dio consultas de acupuntura Ryodoraku hasta su muerte, en 1997.
 
Ejo Takata Roshi fue el pionero del budismo en nuestro país. Sin su labor durante tantos años, no habría sido posible el florecimiento que ha tenido esta religión en nuestro país. Grupos como el Centro Zen de México, Casa Zen, Instituto Loseling, el Centro Budista de la Ciudad de México, Casa Tibet y la Casa de Meditación Vipassana, entre muchos otros, bien pueden considerar a Ejo Takata como su antecesor, el que llegó a México en los años 60, por coincidencia, o por su karma, traído por un camión lleno de naranjas.

Comentarios

  1. Saludos, me gusta tu análisis sobre lo que significa el Zen y luego la vida de Ejo Takata.
    Llevo algo de tiempo siguiendo las entradas de tu blog.
    Muchas gracias por compartir esta información valiosa.

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  2. Yo estuve con el Maestro Takata en los años de 1978 a 1982, podrías decirme que paso con Alfonso Cervantes Noemí, nuestro centro de reunión fue IMARAC, soy una de las personas que llevó la soya a la Sierra Mixe, mi correo luisbolio@hotmail.com el año pasado estuve el el D.F. y no pude dar con nadie, ni siquiera sabía la lamentable perdida de nuestro maestro, ojala me contactes para intercambiar experiencias.

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