La batalla de Puebla, contada por el general Ignacio Zaragoza.
Ciudadano ministro de la Guerra
México
Después de un movimiento retrógrado que emprendí
desde las Cumbres de Acultzingo, llegué a esta ciudad el día 3 del presente,
según tuve el honor de dar parte a usted.
El enemigo me siguió a distancia de una jornada
pequeña y, habiendo dejado a retaguardia de aquel a la 2ª (segunda) brigada de
caballería, compuesta de poco más de 300 hombres, para que en lo posible le
hostilizara, me situé, como llevo dicho, en Puebla.
En el acto dí mis órdenes para poner en un regular
estado de defensa los cerros de Guadalupe y Loreto, haciendo activar la
fortificación de la plaza, que hasta entonces estaba descuidada.
Al amanecer del día 4 ordené al distinguido general
ciudadano Miguel Negrete, que con la 2ª (segunda) división de su mando,
compuesta de 1,200 hombres, lista para combatir y a su mando, ocupara los
expresados cerros de Loreto y Guadalupe, los cuales fueron artillados con dos
baterías de batalla y montaña.
El mismo día 4 hice formar de las brigadas
Berriozábal, Díaz y Lamadrid tres columnas de ataque, compuestas la primera de
1,082 hombres, la segunda de 1,000 y la última de 1,020, toda infantería y,
además, una columna de caballería con 550 caballos, que mandaba el ciudadano
general Antonio Álvarez, designando para su dotación una batería de batalla.
Estas fuerzas estuvieron formadas en la plaza de
San José hasta las doce del día, a cuya hora se acuartelaron.
El enemigo pernoctó en Amozoc.
A las cinco de la mañana del memorable día 5 de
mayo aquellas fuerzas marchaban a la línea de batalla que había yo determinado
y que verá usted marcada en el croquis adjunto; ordené al ciudadano comandante
general de artillería, coronel Zeferino Rodríguez, que la artillería sobrante
la colocara en la fortificación de la plaza, poniéndola a disposición del ciudadano
comandante militar del estado, general Santiago Tapia.
A las diez de la mañana se avistó al enemigo y,
después del tiempo muy preciso para acampar, desprendió sus columnas de ataque,
una hacia el Cerro de Guadalupe compuesta como de 4,000 hombres, con dos
baterías y otra pequeña de 1,000 amagando nuestro frente.
Este ataque que no había previsto, aunque conocía
la audacia del ejército francés, me hizo cambiar mi plan de maniobras y formar
el de defensa, mandando en consecuencia que la brigada Berriozábal, a paso
veloz, reforzara a Loreto y Guadalupe y que el cuerpo carabineros a caballo
fuera a ocupar la izquierda de aquéllos para que cargara en el momento
oportuno.
Poco después mandé al batallón Reforma de la
brigada Lamadrid para auxiliar los cerros, que a cada momento se comprometían
más en su resistencia.
Al batallón de zapadores, de la misma brigada, le
ordené marchase a ocupar un barrio que está casi a la falda del cerro y que
llegó tan oportunamente que evitó la subida a una columna que por allí se
dirigía al mismo cerro, trabando combates casi personales.
Tres cargas bruscas efectuaron los franceses y en
las tres fueron rechazadas, con valor y dignidad.
La caballería situada a la izquierda de Loreto,
aprovechando la primera oportunidad, cargó bizarramente lo que les evitó
reorganizarse para nueva carga.
Cuando el combate del cerro estaba más empeñado,
tenía lugar otro no menos reñido en la llanura de la derecha que formaba mi
frente.
El ciudadano general Díaz, con dos cuerpos de su
brigada, uno de la de Lamadrid con dos piezas de batalla y el resto de la de
Álvarez, contuvieron y rechazaron a la columna enemiga que también con arrojo
marchaba sobre nuestras posiciones; ella se replegó hacia la hacienda de San
José, donde también lo habían verificado los rechazados del cerro, que ya de
nuevo organizados se preparaban únicamente a defenderse, pues hasta habían
claraboyado las fincas, pero yo no podía atacarlos porque, derrotados como
estaban, tenían más fuerza numérica que la mía; mandé, por tanto, hacer alto al
ciudadano general Díaz que con empeño y bizarría los siguió y me limité a
conservar una posición amenazante.
Ambas fuerzas beligerantes estuvieron a la vista
hasta las siete de la noche que emprendieron los contrarios su retirada a su
campamento de la hacienda de los Álamos, verificándolo poco después la nuestra
a su línea.
La noche se pasó en levantar el campo, del cual se
recogieron muchos muertos y heridos del enemigo y cuya operación duró todo el
día siguiente y, aunque no puedo decir el número exacto de pérdidas de aquél,
sí aseguro que pasó de mil hombres entre muertos y heridos y ocho o diez
prisioneros.
Por demás, me parece recomendar a usted el
comportamiento de mis valientes compañeros; el hecho glorioso que acaba de
tener lugar patentiza su brío y por sí solo los recomienda.
El ejército francés se ha batido con mucha
bizarría; su general en jefe se ha portado con torpeza en el ataque.
Las armas nacionales, ciudadano ministro, se han
cubierto de gloria y por ello felicito al primer magistrado de la República,
por el digno conducto de usted, en el concepto de que puedo afirmar con orgullo
que ni un solo momento volvió la espalda al enemigo el ejército mexicano,
durante la larga lucha que sostuvo.
Indicaré a usted, por último, que, al mismo tiempo
de estar preparando la defensa del honor nacional, tuve la necesidad de mandar
a las brigadas O'Horan y Carbajal a batir a los facciosos que en número
considerable se hallaban en Atlixco y Matamoros, cuya circunstancia libró al
enemigo extranjero de una derrota completa y al pequeño cuerpo de Ejército de
Oriente de una victoria que habría inmortalizado su nombre.
Al rendir el parte de la gloriosa jornada del día 5
de este mes, adjunto el expediente respectivo en que constan los pormenores y
detalles expresados por los jefes que a ella concurrieron.
Libertad y Reforma.
Cuartel general en Puebla, a 9 de mayo de 1862.
Ignacio Zaragoza
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