Las lecciones que nos dejó la Revolución Mexicana
Una de las cosas que más me fascina de la Revolución Mexicana fue su capacidad de crear un nuevo sistema político que combinara el pasado nacional con las necesidades de su presente y los anhelos del futuro. El grupo sonorense que llegó al poder en 1920 luego del asesinato de Venustiano Carranza, y luego sus herederos, pudieron construir un nuevo modelo que permitió que México gozara de una estabilidad que superó a lo que hizo Porfirio Díaz mientras gobernó este país. Ahora bien, ¿en qué consistía esa estabilidad?, ¿cuáles fueron las lecciones que aplicó la Familia Revolucionaria para que el país no volviera a bañarse en sangre? las respuestas nos las da María Amparo Casar en su artículo "Supervivencia política mexicana", publicado en la serie "La Construcción de México, 1810-2010" de la revista Nexos del mes de septiembre:
Lección uno: la democracia como tal siempre nos ha costado un enorme trabajo. Son más las ocasiones en que los experimentos democráticos en México han fracasado que las veces que ha triunfado. Pero al mismo tiempo tenemos una tradición política que aspira a la democracia. Las dictaduras como tal tampoco funcionaron ni nos gustan. ¿Qué hacer entonces? pues construir un modelo que sea medio democrático y medio dictatorial.
La base está en nuestra Constitución. Ésta siempre ha sido el sostén de nuestro sistema político y ha permitido la transferencia pacífica, regulada y legitimada del poder. El problema está en que, como bien sabemos, en muchas ocasiones simplemente no se aplica. Esto se debe a que el sistema otorga al presidente en turno una serie de facultades "discrecionales" (como las llama Casar) con las que puede meter en cintura a cualquier trastorno interior que surja, (como la toma de las instalaciones de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro hace un año, o el intento de desalojo de la Plaza de las Tres Culturas por parte del Ejército el 2 de octubre de 1968, por mencionar sólo dos ejemplos).
Estas facultades discrecionales facilitaban el trabajo del Ejecutivo, pero no le permitían utilizarlas a su conveniencia, para evitar el surgimiento de un nuevo caudillo que se quedara en el poder hasta que la muerte o una nueva Revolución lo levantaran de la Silla Presidencial.
Para el sistema político estaba claro que no gobernaban un país democrático, aunque éste quisiera serlo. Ante el peligro de las fragmentaciones había que gobernar autoritariamente, pero con un anhelo democrático para de ese modo satisfacer las diversas necesidades de los miembros de la Familia Revolucionaria.
Lección dos: Había que encontrar un mecanismo que permitiera solucionar el problema de la sucesión en el poder. Algo que por lo menos desde el final de la Independencia (1821) y el inicio del Porfiriato (1876) fue casi imposible de lograr.
Y también había que encontrar la forma para que los miembros de la élite política compartieran entre sí el poder sin tener que desenfundar las pistolas a cada rato. La solución estuvo en la creación de un Partido Oficial que pudo congregar a todos los sobrevivientes de las matanzas revolucionarias, y que logró asegurar algo muy importante: la disciplina política. Los vencidos tenían que aceptar su destino y permitir que los vencedores gobernaran, pero sabiendo que su futuro no estaba cancelado para siempre. Si se comportaban de forma leal y disciplinada, el sistema los recompensaría y más adelante ellos podrían ser los vencedores. Esta regla no funcionó en todos los casos, (el Henriquismo es prueba de ello), pero sí en la mayoría de las ocasiones, permitiendo que México gozara de una estabilidad envidiada por el resto del continente.
Lección tres: Había que sacar a los militares del juego político, y transformar al Ejército para que dejara de ser una facción armada para convertirse en un instituto defensor de la legalidad y la estabilidad nacional. Desde el nacimiento de México a principios del siglo XIX el ejército fue usado por los caudillos para hacerse del poder, (uno de los males de ese tiempo, como bien señaló Francisco I. Madero). Durante la Revolución, el prestigio entre la tropa fue una de las razones por las que Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles se volvieron presidentes, y no por un juego político regulado. Enviar al Ejército a los cuarteles, como hizo Manuel Avila Camacho, permitió que éste se institucionalizara y dejara de ser usado por los caudillos en turno.
Lección cuatro: El nuevo Estado mexicano surgido de la Revolución tendría que enfrentarse a otros poderes, y uno de ellos era muy antiguo y muy fuerte: la Iglesia Católica. Luego del golpe que sufrió con la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma, la Iglesia fue recuperando parte de su poder durante el Porfiriato, para luego encontrarse con los Revolucionarios, quienes fluctuaban entre el laicismo y el anticlericalismo. La Guerra Cristera fue un juego de pulso en el que no hubo claramente vencedores ni vencidos, pero sí se construyó una nueva relación en donde la Iglesia reconocía la autoridad del Estado a cambio de que éste le otorgara un amplio margen de maniobra al interior de la sociedad mexicana.
Lección cinco: Centralizar el poder. México vivió gran parte del siglo XIX con el pánico de que en cualquier momento sus componentes podrían separarse como le ocurrió a Centroamérica. La autoridad central no tenía el suficiente poder para negociar con los poderes regionales. Eso se construyó con el tiempo y a partir del control del ejército y de los recursos financieros. La Constitución de 1857 no le dio tanto poder al Ejecutivo, por lo que Juárez y Díaz tuvieron que echar mano de un complejo mecanismo de dialogo y coerción para conseguir el apoyo de los líderes de los Estados y afianzar su poder. El Estado surgido en 1917 poco a poco otorgó al Ejecutivo cada vez más prerrogativas con las cuales se convirtió en el eje del sistema político durante gran parte del siglo XX para garantizar, una vez más la estabilidad añorada por décadas.
Lección seis: Controlar a las masas populares y usarlas a favor del régimen. En lugar de negociar directamente con los afectados (lo que hubiera sido imposible), el Estado mexicano prefirió agrupar a los campesinos, obreros y miembros de la clase media, fomentando el corporativismo. Con ésto logró fortalecerse, ya que éstos grupos votaban por él dándole legitimidad, y a cambio recibían mejores condiciones de trabajo, prestaciones sociales, y para los líderes corporativistas, el derecho a recibir una tajada del pastel político.
Lección siete: entre la fortaleza y la debilidad, ya no podía estar el desierto. Si Dios estaba lejos, ya no servía el simplemente lamentarse por la cercanía de Estados Unidos. Había que construir una nueva relación con el vecino del norte, basada en garantizarle que su frontera estaría en paz y con un gobierno de tipo capitalista. A cambio, México pidió respeto a su soberanía y el reconocimiento de que nuestro gobierno podría disentir en muchas de las políticas aplicadas en Latinoamérica por parte del gobierno norteamericano.
Lección ocho: había que establecer los mecanismos necesarios para darle el mayor margen de maniobra posible al presidente en turno, con la condición de que no se valiera de esas facultades discrecionales para perpetuarse en el poder. Los políticos locales lo obedecerían en todo momento, el Ejército le sería absolutamente fiel, los poderes legislativo y judicial no cuestionarían sus acciones y tendría en control de la política económica del país, pero sólo si utilizaba ese enorme poder para fortalecer al sistema político y nunca a sí mismo.
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