Tres lecturas para un infarto que (afortunadamente) no ocurrió
No estoy para contarlo, pero ustedes sí para saberlo (ya ven como es este adminículo del demonio llamado internet, en el que puedes ventilar tu vida y sentir muy cerca de tí a esas personas que viven a kilómetros de distancia); pues resulta que desde hace unas semanas tuve unos dolores muy extraños en el pecho, a la altura del corazón. A veces era una presión en el pecho, en la espalda o en la axila. Justamente allí sentí una punzada, una fea madrugada de la semana pasada, y el climax vino con otra punzada, más horrible que la anterior, que sentí justo durante mi clase de Kendo (esgrima japonesa). Nunca se los he platicado, pero tengo una doble vida: por una parte soy un bon vivant, a veces gourmet pero la mayor parte del tiempo un tragón. Me encanta toda la comida, desde la más fina hasta las peores chatarras. Muero por unas angulas en aceite de oliva, un buen jamón serrano o un delicioso queso holandés, y al mismo tiempo mis ojitos brillan al imaginarme unas papitas con salsa valenti