¿Liberales, liberados, liberadores?

Es uno de nuestros mitos históricos más grandes. De hecho, su tamaño gigantesco lo hace pasar desapercibido, ya que aceptamos sin cuestionar lo que nos han dicho durante décadas sobre él. Estoy hablando de el liberalismo. Durante la primaria, secundaria y preparatoria nos repitieron el mismo discurso: "México es un país liberal, luego de que los conservadores fueron derrotados por Benito Juárez y sus aliados durante la segunda mitad del siglo XIX". Sin embargo, el artículo de José Antonio Aguilar Rivera publicado en Nexos este mes, dentro de su serie "La invención de México", nos ayuda a darnos cuenta de que ni es tan fácil como nos lo han contado, y que si algo tenemos certero sobre el liberalismo mexicano es que todavía lo estamos construyendo.
Empecemos por el principio: ¿qué es el liberalismo? Es, de acuerdo a Aguilar Rivera, una teoría política y un programa que florecieron durante la segunda mitad del siglo XVIII. El liberalismo tiene cuatro pilares: la libertad personal (que el Estado tenga el monopolio de la violencia, pero bajo la vigilancia de la ley); la imparcialidad (esa ley debe aplicarse de la misma manera a todos los miembros de la sociedad); la libertad individual (el derecho a ser diferente, a expresarnos, a perseguir ideales y otros);y la democracia (participar en el gobierno de la sociedad).
A partir de estos cuatro pilares, el liberalismo tiene diversas prácticas centrales, como la tolerancia religiosa, la libertad de discusión, las elecciones libres, el desarrollo de la iniciativa privada y el gobierno constitucional con poderes divididos.
Es claro que el liberalismo tiene variantes y en México se manifestaron durante el siglo XIX. Durante la etapa final del Virreinato, y como parte del rechazo creciente de los criollos hacia los peninsulares, el liberalismo empezó a manifestarse en las clases cultas de la Nueva España. La Revolución de Independencia tuvo expresiones de liberalismo, aunque no podríamos decir que fue un proceso completamente liberal, (una prueba de ello está en Los Sentimientos de la Nación, en donde se establece que México sólo podía tener una religión la católica).
A la caída del Primer Imperio y el surgimiento de la Primera República Federal, el liberalismo mexicano entró en otra etapa, en la que intentó crear un sistema de equilibrio constitucional que no cayera en la anarquía o en el despotismo. Al principio parecía que sólo era necesario copiar el experimento norteamericano para conseguir el desarrollo y la bonanza del vecino del norte. Pero las condiciones económicas, políticas y sociales del naciente Estado mexicano no permitieron que se alcanzaran esos sueños federales.
Para enfrentarse a los poderes que en ese momento gobernaban a México (Iglesia, Ejército y grandes propietarios), el Estado tenía que fortalecerse, lo que también era una contradicción a lo que el liberalismo proponía. Con la Guerra de Reforma y la Invasión Francesa, el liberalismo se convirtió en un credo de combate que, al lograrse el triunfo, se puso en los altares cívicos, como el origen del progreso de México que al fin contaba con un Estado fuerte que podía impulsar el desarrollo nacional.
Sin embargo, ese Estado fuerte liberal había llegado al poder gracias a otra revuelta y bajo el mando del último gran caudillo del siglo XIX mexicano: Porfirio Díaz. Y el liberalismo se convirtió en un símbolo de modernidad, aunque su aplicación en la vida política se limitara cada vez más. El Positivismo ocupó el lugar que debía corresponder al liberalismo, y la sociedad mexicana entró en un molde que limitaba la capacidad de decisión de los individuos.
La Revolución Mexicana ha sido vista como un intento de romper ese molde y darle al individuo el rol principal dentro de la sociedad mexicana. Jesús Reyes Heroles señalaba que la Revolución era la prueba de que el liberalismo seguía vivo a pesar de los años del Porfiriato. Pero si reflexionamos un momento en lo que se obtuvo en los años 30 (un Estado que intervenía en todos los aspectos de la vida nacional, un acuerdo corporativista y el intento de colectivizar a la sociedad mexicana) nos daremos cuenta de que el liberalismo seguía relegado a los márgenes de la historia. Fue hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando México quedó del lado de los vencedores, que el liberalismo empezó a regresar a la vida política y social de México. Y lo hizo no a través de los políticos, sino de los intelectuales. Primero Jorge Cuesta y luego Daniel Cosío Villegas, Octavio Paz, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y Jesús Silva-Herzog Márquez, el liberalismo ha vuelto a ser una "ideología de combate", a pesar del descrédito en el que lo dejó Carlos Salinas al pretender la creación de un "liberalismo social" que acabara con el nacionalismo revolucionario que fue la bandera del PRI durante años.
"El liberalismo, como filosofía,-dice Aguilar Rivera- ve hacia adelante y no hacia atrás. Cree en el progreso y no en la conservación del pasado". En México el liberalismo ha sido una bandera utilizada por diversos gobiernos para encubrir el autoritarismo, la injusticia y la corrupción. Pero el liberalismo sigue siendo una meta a alcanzar y un proyecto que puede unir a la golpeada y desesperanzada sociedad mexicana de inicios del siglo XXI.

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