10 de junio, hace 38 años...
Nuevamente se encuentra México ante la encrucijada de la violencia. Los acontecimientos de ayer, precisamente por ser sumamente lamentables, nos obligan a todos los mexicanos a una meditación serena y responsable. Los jóvenes, en forma muy especial, deben analizar los hechos con ánimo sereno y teniendo siempre presente el bien de México y la proyección de su propio porvenir.
Deben decidir entre si han de entregarse a la violencia, sin sentido ni bandera alguna, a destruir cuanto México ha logrado gracias al esfuerzo -y muchas veces a costa del sacrificio- de varias generaciones de mexicanos, o encaran las realidades del país para resolver sus problemas y enmendar los errores que se hayan cometido empleando para ello la actitud responsable, el trabajo constante, el esfuerzo bien ordenado y decidido.
Es preciso que piensen, en primer término, cuáles son las banderas de los movimientos a que se afilian. Un movimiento sin bandera no es sino un llamado a la destrucción sin sentido, en que el joven es manejado por irresponsables que no se atreven a dar la cara precisamente porque sus fines son inconfesables, y no figuran en primera línea porque son cobardes.
(...)
El joven que se entrega a la violencia no sólo destruye lo que otros han construido, sino que se priva a sí mismo de los elementos para iniciar la tarea renovadora que el espíritu le dicta. Se priva en esa situación de la posibilidad de ver con claridad los problemas y los medios para resolverlos, porque ha abdicado de su pensamiento y su preparación, entregándola al agitador o al provocador que es en realdiad en único que sabe hacia dónde se encamina una actitud violenta. Es más, se cierra a sí mismo las puertas de su futuro.
La violencia no pasa rápidamente, sino que se establece casi como un sistema de vida y degenera cada vez más al individuo que para practicarla se ha colocado en una actitud verdaderamente antihumana. El compañero de bando en la violencia hoy, es el enemigo de mañana.
Frente por frente está el camino del esfuerzo continuo, no menos libre ni menos generoso, que lleva a la construcción de lo nuevo, manteniendo el respeto por los demás, sosteniendo con ellos el diálogo continuo necesario para armonizar pensamientos y mantenerse en una convivencia verdaderamente humana.
"Pensemos primero en México", El Universal, 11 de junio de 1971
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Elementos que desde hace años perturban la armonía de nuestros centros de enseñanza pretendieron ayer, una vez más, "ganar la calle" para hacer cundir en la capital el desorden y la alarma. Pese a que la inmensa mayoría de los estudiantes mostró su repudio a la manifestación, esta se llevó a cabo en un clima de disenciones y rencillas entre los grupos participantes; y pese a las constantes advertencias de las autoridades para que los jóvenes se retiraran a sus escuelas, de donde nunca debieron salir, surgio el zafarrancho sangriento y las víctimas que todos lamentamos.
Basta leer las mantas y carteles que llevaron los grupos antagónicos para darse cuenta de que sus verdaderos propósitos nada tenían que ver con las aspiraciones del estudiantado; basta haber observado entre los manipuladores a algunos agitadores que hace poco recobraron su libertad dando una palabra de honor que nunca cumplieron, para comprender quienes son los que manejan los hilos de esta trágica conspiración.
Estamos ante un claro intento de paralizar la obra creadora del Régimen mediante un clima de temor. Contemplamos un plan de agitación que tiene por objeto evitar que se satisfagan las necesidades del país en el orden, la libertad y la justicia.
La ciudadanía debe reaccionar con vigor ante esta maniobra criminal. Tenemos que defender nuestra paz porque sólo en ella y en la auténtica concordia nacional es posible alcanzar metas que resultan indispensables para México. Y en esta tarea, el pueblo está firmemente unido en torno al presidente Echeverría.
"Defendamos la paz", El Sol de México, 11 de junio de 1971.
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Inopinadamente, cuando había indicios de que la comunidad nacional podía dirimir sus cuestiones fundamentales por la vía del diálogo o del enfrentamiento, pero con armas limpias, cara a cara, con base en la verdad, en la buena fe y en el interés nacional, los sucesos de ayer arrojan una nueva mancha en la vida pública mexicana.
Una manifestación estudiantil fue interrumpida abrupta, violenta, ferozmente, y el saldo fue de varios muertos y multitud de heridos. Con ser este un resultado grave, penoso, no es el mayor ni el más importante. Se han abierto de nuevo caminos de aspereza, de sangre, que costará mucho cerrar. Por ello es preciso encontrar la explicación de un hecho que parece confuso, pleno de elementos contradictorios, para hallar el significado y el alcance de los acontecimientos que otra vez estremecieron a la capital, ayer...
Se trataba de una manifestación estudiantil la que se convocó. No había banderas sustanciales. No había reclamos claros, legítimos, oportunos. No había tampoco el clima adecuado para que la protesta floreciera. Circunstancias de fondo lo impedían. Objetivamente, con independencia de los calificativos que emocionalmente se pueda dar a estos hechos, se habían producido evidencias de una nueva manera de encarar algunas cuestiones nacionales. Y eso dejó huella en el ánimo estudiantil. Razones menos profundas, pero que también cuentan -conclusión de labores en algunas escuelas, realización de exámenes en otras, proximidad de ellos en algunas más- se conjugaban también para la previsión de una concentración poco numerosa.
Ello no obstante, pues no se duda de la capacidad gubernamental para obtener informes sobre hechos como los enunciados, se dispuso un amplio aparato de vigilancia, que entró en acción desmesuradamente, desproporcionadamente.
(...)
Pese a todo, la cosecha de los provocadores no debe ser abundante. Es preciso que los estudiantes no caigan en nuevos garlitos. Pero sobre todo es menester lograr soluciones, por otros caminos, como ya se hizo en caso reciente.
"Manifestantes agredidos", Excélsior, 11 de junio de 1971
¡Vaya! No queda duda que dichos artículos se encuentran totalmente del lado del gobierno y su actuar. La culpa la tienen los jóvenes y los -eternos y malvados- agitadores, estos últimos, al parecer, excelentes lavadores de cerebros. La victima es culpable de lo que le ocurrió puesto que "violentaba" la gran estabilidad del régimen priísta, recientemente violentada (sic) por el movimiento estudiantil del '68.
ResponderBorrarSaludos Profe :)
Muy interesante, pero muy triste, ver el constante ocultamiento de la verdad... Arno, recibe un abrazo, Ivette Silva Corona
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