“Historia aplicada”: usar al pasado para entender al presente.
El
número de septiembre de 2016 de la revista norteamericana The Atlantic trae un artículo que retoma el antiguo tema sobre la
validez de la historia como un conocimiento objetivo que puede servirnos para
guiar nuestras acciones a la luz de las próximas elecciones presidenciales en
ese país.
Con el título “Why
the U.S. President Needs a Council of Historians?” sus autores Graham Allison y Niall
Ferguson lanzan una propuesta muy provocativa pero interesante: el presidente
de Estados Unidos debería tener un grupo de historiadores que lo asesoren con
su conocimiento del pasado para establecer las estrategias que podría aplicar
su gobierno para resolver los problemas que se presenten en los próximos años.
Allison
y Ferguson son académicos con muchos años de experiencia. El primero tiene
cerca de tres décadas analizando la seguridad nacional en Estados Unidos y es
director del Centro Belfer para asuntos
internacionales de la Universidad de Harvard. Por su parte, Ferguson
ha construido una importante carrera como historiador con obras como Civilization, the west and the rest y una muy reciente biografía
sobre el exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger.
De
hecho, este artículo que publican en The
Atlantic es una versión condensada de un
manifiesto que publican en la página del Centro Belfer, con el cual comienzan un nuevo
proyecto académico: la Historia aplicada.
¿Cuál
es la base de este proyecto? Ferguson y Allison consideran que la Historia es
una disciplina válida que a través de una metodología rigurosa nos ofrece
conocimientos certeros sobre el pasado y esos conocimientos pueden usarse para
comprender mejor el presente y de esa forma construir un futuro.
Inspirados
en Tucídides, quien aseguraba que la historia del futuro se parecería a la del
pasado porque al final los seres humanos no son tan diferentes (siguen teniendo
las mismas pasiones y los mismos miedos); Graham y Ferguson proponen crear
especialistas en historia aplicada que asesoren a los políticos en su toma de
decisiones.
“Hay
que iluminar los retos del presente con analogías históricas”, dicen los
autores, estableciendo los antecedentes de los hechos contemporáneos,
sugiriendo posibles medidas a tomar también inspiradas en el pasado y evaluando
las posibles consecuencias de esos actos.
Ferguson
y Allison consideran que hay que consolidar un vínculo respetuoso entre los
teóricos y los que toman las decisiones políticas; además de que también hay
que regresarle a la Historia el lugar que tuvo hasta mediados del siglo XX como
formadora y consejera de gobernantes.
Para lograrlo, los “historiadores
aplicados” deben ser capaces de hilar muy fino y no hacer comparaciones burdas
entre el pasado y el presente, deben estudiar los problemas contemporáneos y
hacer analogías con los vividos anteriormente y por sobre todo deben tener
visión a largo plazo para comprender que las historias de los Estados ocurren
en siglos y no en unos pocos años.
Algunas de sus estrategias serían
revisar el estilo de gobernar de presidentes anteriores y preguntarse qué hubieran
hecho en nuestro presente, analizar la importancia histórica de las instituciones
que forman al Estado y hacer mucha historia contrafactual preguntándose qué
hubiera pasado si las circunstancias hubieran sido distintas.
La Historia aplicada exige hacer un
enorme ejercicio de imaginación pero también hay que tener una estricta
metodología y un profundo conocimiento
de los hechos para no perderse en argumentos sin sustento. Es un tema que
seguramente provocará mucha polémica en la comunidad de historiadores pero que
nos sirve para regresar a la Historia al debate público y darle la importancia
que merece.
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