EM (VIII), Ávila Camacho y las presiones dentro del Partido Oficial.
Uno de los grandes mitos del sistema político mexicano durante el siglo XX dice que el presidente en turno escogía a su sucesor sin tener que rendirle cuentas a nadie. Él sólo decidía por la vida y destino de millones de personas al elegir a la persona que gobernaría a México durante los seis años siguientes.
Con el paso del tiempo, esta opinión ha variado. Reconocemos la importancia de los presidentes al momento de escoger a su sucesor y tenemos claro que hubo una "época de oro del tapadismo" (un periodo que va desde la elección de Adolfo López Mateos en 1958, hasta Miguel de la Madrid en 1982), donde casi no hubo otro poder que el del Ejecutivo en este país.
Sin embargo, los historiadores y politólogos también nos hemos dado cuenta de que los presidentes no siempre tuvieron la capacidad de imponer a sus sucesores. De hecho, fue más común que tuviera que realizarse una gran campaña de negociación al interior del partido oficial, para que el candidato del presidente tuviera todos los apoyos necesarios y su gobierno no se viniera abajo.
Además, con el tiempo hemos comprendido que los "poderes fácticos" tuvieron más peso del que habíamos creído antes. Elementos ajenos al partido oficial pudieron "cargar la balanza" hacia el lado que más les convenía.
Todos estos elementos están presentes en la elección presidencial de 1940, cuando Manuel Ávila Camacho se convirtió en el nuevo jefe del Estado Mexicano.
1940 fue un año difícil. El Cardenismo estaba agotado luego de los distintos conflictos que tuvo que sortear para establecer a la presidencia de la república como la máxima institución en el país.
Entre el destierro de Plutarco Elías Calles en 1936, el proyecto de educación socialista, la fundación de las dos grandes centrales de trabajadores (CTM y CNC), el enfrentamiento con la iniciativa privada, el surgimiento del Sinarquismo, el descontento de la clase media y la nacionalización del petróleo, el gobierno de Lázaro Cárdenas llegó muy golpeado a su final.
En la política mexicana nos hemos acostumbrado a la "futurología". Aquellos que quieren ocupar algún cargo importante hacen campaña mucho antes de los periodos oficiales.
En el caso que te platico hoy, también hubo futurología. Luego del destierro de Plutarco Elías Calles, comenzaron los rumores y las agitaciones para construir la siguiente candidatura a la presidencia dentro del partido oficial.
En la Cámara de diputados comenzaron a enfrentarse dos facciones del en ese entonces llamado Partido de la Revolución Mexicana: un grupo empezó a impulsar la candidatura del general Francisco J. Múgica, afamado revolucionario, constituyente en 1917, muy inclinado hacia la izquierda, y quien parecía ser el heredero natural del presidente Lázaro Cárdenas.
El otro grupo (comandado, entre otros, por Miguel Alemán Valdés y Gonzalo N. Santos), encontró a su candidato ideal en la Secretaría de la Defensa Nacional.
Manuel Ávila Camacho, originario de Puebla, se había unido a la Revolución en 1914, siguiendo el ejemplo de sus hermanos Maximino y Emilio, quienes fueron gobernadores de su estado.
En 1924 alcanzó el grado de general de división y en 1936 se convirtió en secretario de la defensa nacional.
Ávila Camacho era un aliado del presidente Cárdenas. Sin embargo, no compartía sus ideas sobre la colectivización, el ejido, el apoyo a los movimientos obreros y la educación socialista. "Soy creyente", dijo tiempo después, cuando se convirtió en el candidato oficial del PRM.
El ala de derecha del Partido Oficial vio en Ávila Camacho la posibilidad de darle un giro a la Revolución sin tener que llegar a un rompimiento con el presidente Cárdenas.
Por su parte, el presidente consideró que, luego de los años de guerra y las presiones internacionales por la expropiación petrolera, imponer a su candidato podría tener serías repercusiones para el país. La CTM y la CNC siguieron las instrucciones del presidente, y la campaña de Múgica se vino abajo.
Hubo otro elemento que influyó en la candidatura presidencial de Ávila Camacho: la iniciativa privada. Los empresarios tuvieron fuertes problemas con Cárdenas, quien defendió al movimiento obrero y permitió la realización de muchas huelgas durante su mandato.
Desde finales del siglo XIX, se formó en el norte un conglomerado empresarial caracterizado por su pujanza, su desconfianza al Estado y su catolicismo: el Grupo Monterrey.
Aprovechando el desarrollo ferrocarrilero, el Grupo Monterrey tuvo la capacidad de vender sus mercancías (fundamentalmente acero, vidrio y cerveza) en México y Estados Unidos, lo que lo hizo muy poderoso.
La política obrera de Cárdenas lo enfrentó con el Grupo Monterrey. En 1936 el candidato a gobernador de Nuevo León no era del agrado de los empresarios, y por su parte la CTM intentó infiltrarse en varias empresas del grupo.
El presidente Cárdenas le dijo a los empresarios que si no les gustaban las huelgas, con que le vendieran sus empresas al Estado se quitarían de cualquier problema. Eso sólo provocó una mayor distancia entre ambas partes.
Con las elecciones presidenciales cada vez más cerca, el Grupo Monterrey buscó un candidato que, a cambio de llegar al poder, protegiera a los empresarios. Y lo encontraron en un general revolucionario llamado Juan Andreu Almazán, quien era jefe de la guarnición en Monterrey y también era empresario.
Sin embargo, Ávila Camacho y el ala de derecha del PRM se acercaron al Grupo Monterrey para obtener su apoyo. Después de arduas negociaciones lo consiguieron, por lo que Almazán se quedó solo.
En ésto también se involucró el gobierno de Estados Unidos. Con la Segunda Guerra Mundial a la vuelta de la esquina, Norteamérica consideraba que necesitaba un vecino estable y aliado suyo.
Almazán tenía la mala reputación de ser proclive al fascismo, por lo que Estados Unidos prefirió también apoyar a Manuel Avila Camacho.
Ésto no impidió que el movimiento almazanista creciera por todo el país. Apoyado por políticos que perdieron su influencia luego de la partida de Calles (como Joaquín Amaro, Luis N. Morones y Antonio Díaz Soto y Gama), Almazán obtuvo también el respaldo de buena parte de la clase media urbana, campesinos y obreros (que no necesariamente estaban a gusto con las medidas tomadas por el presidente Cárdenas).
El 7 de julio de 1940 se enfrentaron en las mesas electorales el Partido de la Revolución Mexicana (con Ávila Camacho) y el Partido Revolucionario de unificación Nacional (Almazán). De acuerdo a la ley electoral vigente (la de 1918), las casillas se formaban con los ciudadanos que estuvieran presentes al momento de abrirse (no como ahora, que se eligen por sorteo y luego son capacitados para realizar su labor).
Conscientes de ésto, los almazanistas enviaron a sus aliados desde muy temprano a adueñarse de las mesas, para así controlar la elección. Cuando Cárdenas quiso votar en su casilla (ubicada en la calle de Juan Escutia 35), se encontró que estaba llena de almazanistas, por lo que tuvo que retirarse.
Lo mismo le pasó a Ávila Camacho en su casilla de Monte Himalaya 37. Por su parte, Almazán votó en la calle de Monrovia y después se fue a su mansión en Coyoacán para estar informado sobre lo que ocurría en el país.
La oficina de campaña de Ávila Camacho estaba en el edificio del PRM en Paseo de la Reforma. Tal vez allí se decidió que acciones tomar para impedir el triunfo de Almazán.
Lázaro Cárdenas había prometido elecciones limpias, pero ante esta maniobra de los almazanistas, quizá pensó que no podría cumplir su promesa.
Poco después del incidente en la calle de Juan Escutia, llegaron varios coches a esa casilla. En su interior venían pistoleros dirigidos por Gonzalo N. Santos, quien traía una ametralladora y comenzó a disparar contra los almazanistas.
Cuando la casilla estuvo "limpia", fue tomada por los miembros de PRM. Entonces Cárdenas regresó a votar. Lo mismo pasó en Monte Himalaya y muchas otras casillas en la Ciudad de México y otras regiones del país.
Años más tarde, Gonzalo N. Santos declaró que el verdadero ganador de las elecciones de 1940 fue Juan Andreu Almazán, pero Cárdenas fabricó los resultados para que la Revolución no perdiera el poder.
Semanas más tarde, la Comisión Electoral dio a conocer los resultados: Ávila Camacho ganó con 2, 476, 641 votos. Almazán sólo obtuvo 151, 101. Almazán consideró levantarse en armas, pero se dio cuenta de que no tendría ninguna oportunidad, por lo que realizó un mitín en el que "renunciaba al cargo de presidente de la república que el pueblo le había conferido" y se retiró a seguir con sus negocios.
Las elecciones de 1940 fueron muy conflictivas y provocaron una crisis al interior del partido oficial, pero no fue la única ocasión en la que ésto ocurrió. de eso hablaremos en la próxima ocasión.
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