Carlos Castaneda: vendiendo una realidad aparte

Hace unos días, encontré una noticia que llamó mi atención: resulta que Aerin Alexander, supuesta nieta de Carlos Castaneda, demandó a la organización que su abuelo fundó, Cleargreen, por impedirle enseñar las técnicas chamánicas que aquel dejó en sus libros.

Alexander dice que esos ejercicios -llamados Tensegridad- no pueden tener derechos de autor puesto que pertenecen a una cultura antiquísima, los toltecas, y por ello no hay nada que le impida difundirlos libremente; además de que ella los recibió directamente de su abuelo.

Esa noticia me regresó a mi pasado. Creo que nunca se los he contado, pero yo vengo de una familia "excéntrica", donde lo esotérico y lo alternativo eran temas comunes. Yo crecí rodeado de libros de yoga, meditación, budismo, masonería, rosacrucismo, cabalá, y temas parecidos. En la nada breve biblioteca de mi casa había espacio para todo eso y mucho más; y desde niño conocí las obras de Carlos Castaneda.

Debo haber tenido como doce años cuando leí Las enseñanzas de Don Juan, el cual comprendí a medias. Luego me seguí con Una realidad aparte y dejé a la mitad el Viaje a Ixtlán. Para ese momento, había yo perdido todo interés en Castaneda. Me llamaba más la atención el budismo zen que las intrincadas (y aburridas) experiencias chamánicas de un supuesto antropólogo peruano.


Pero millones lo leyeron y lo tomaron en serio. No está de más recordar que esos tres libros fueron editados en México por el Fondo de Cultura Económica, y el primero tiene un prólogo de Octavio Paz. Para muchos, Carlos Castaneda se convirtió en el símbolo de un movimiento que buscaba escapar del mundo en que vivimos, para acceder auténticamente a una realidad aparte.

Carlos Castaneda apareció en la vida pública en 1968, ese año marcado por la fiesta y la tragedia. Supuestamente, Castaneda estaba haciendo una tesis en la Universidad de California sobre los hongos alucinógenos y alguien lo puso en contacto con un indio yaqui llamado Juan Matus. Este señor era un brujo y lo introdujo en el conocimiento del peyote. Gracias a lo que don Juan le enseñó, Castaneda pudo expandir su conciencia y convertirse en un "hombre verdadero".

Hay que recordar que los años 60 fueron de locura total. El mundo se transformó debido a la Guerra Fría, la consolidación del Estado benefactor, los medios de comunicación, la sociedad de consumo, el rock, las drogas, y otras cosas más.

Los 60 se caracterizaron por cuestionar todas las formas e instituciones establecidas: el capitalismo era malo, el comunismo era peor, la Iglesia Católica no lograba satisfacer las necesidades de los creyentes, las generaciones anteriores sólo habían pensado en enriquecerse, la destrucción del medio ambiente era imparable, Occidente había creado un modo de vida en donde sólo importaba el individuo y su satisfacción inmediata...la lista de quejas era enorme.

La crisis espiritual era muy grande, y la generación de los 60 intentó llenar ese vacío recurriendo a las técnicas orientales y a un "reencuentro" con las raíces indígenas. Estados Unidos estaba lleno de gurúes, roshis, lamas tibetanos, chamanes, guías espirituales, y todo tipo de seres que ofrecían sanar las enfermedades espirituales de la sociedad de consumo. En esa época Shunryu Suzuki, Chögyam Trungpa y Philip Kapleau le dieron un gran impulso al budismo en Norteamérica, Osho, los Hare Krishna, la Meditación Trascendental, el Kundalini Yoga y la Dianetica se hacían famosos; y también muchos americanos vinieron a México a probar los hongos alucinógenos, no sólo para divertirse, sino para conocerse internamente.

El terreno estaba listo para Carlos Castaneda, quien se construyó un aura mágica para atraer a las multitudes. Se dejaba fotografiar poco, no daba entrevistas, no hablaba sobre su vida, se convirtió en un tipo fascinante porque se sabía poco sobre él.

Fue con el paso del tiempo que el mito de Castaneda comenzó a derrumbarse. Para empezar, los libros que seguía escribiendo eran cada vez más aburridos y sin sentido. Se había convertido en una mera repetición de sí mismo. Luego, el relato sobre Juan Matus alcanzó cimas enloquecedoras: de ser un indio yaqui se convirtió en actor de teatro que además había viajado por todo el mundo. Y para acabarla de amolar, el gobierno de Richard Nixon empezó una agresiva campaña contra las drogas (cuyas consecuencias sufrimos hasta el día de hoy), razón por la cual era muy mal visto que se ensalzara a los alucinógenos, así fuera para expandir la conciencia de sus consumidores.

Todo esto llevó a que el relato de Castaneda se transformara, y al final saliera con la novedad de que ya no era necesario consumir peyote para alcanzar el "conocimiento verdadero". Todo lo que había que hacer era practicar la Tensegridad, o "pases mágicos", una serie de ejercicios físicos (remedo de Yoga con Tai Chi Chuan), supuestamente creados por los toltecas para acallar el barullo mental y aprehender la realidad "tal como es".

Cualquier colega arqueólogo u antropólogo, de inmediato se dará cuenta que ese relato de la "Tensegridad tolteca" es una farsa. Que los pueblos mesoamericanos hayan usado los hongos alucinógenos y otras plantas para rituales chamánicos es una cosa, pero que eso haya perdurado en una danza supuestamente mística es algo muy diferente.

Carlos Castaneda falleció en 1998, pero antes de morir creó una empresa, Cleargreen, que se encarga de dar cursos de Tensegridad y sabiduría tolteca. Por su parte, hay otras personas que tomaron ese relato de la "Toltequidad" para crear sus propios negocios, como Antonio Velasco Piña y Miguel Ruiz.

Ahora resulta que la nieta de Castaneda demanda a la empresa de su abuelo, porque quiere enseñar libremente la Tensegridad, luego de que Cleargreen se lo prohibió al despedirla por razones desconocidas.

Como les cuento, esta historia me regresó a mi infancia, me recordó a mi abuela y mi tío, quienes se dedicaron seriamente durante décadas a practicar estas técnicas esotéricas con el único fin de conocerse mejor. Pero no puedo ignorar que este relato de Castaneda, su nieta, los toltecas, Cleargreen, el peyote y cosas parecidas, se comprende instantaneamente si seguimos una vieja regla del periodismo norteamericano: "follow the money".













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