"...porque le falta, porque no tiene, mariguana que fumar"
Nuestra sociedad tiene una relación muy difícil con las drogas. Por una parte sabemos que son dañinas y las atacamos hasta el punto que en muchas ocasiones hemos soñado con su desaparición; pero por otro las buscamos ávidamente, como si nuestra vida no tuviera sentido sin ellas. La sociedad contemporánea no podría existir sin las drogas. Es tanta la presión de la vida moderna que necesitamos de ellas para sobrevivir. Ya sea la cafeína que millones consumimos todos los días, el tabaco, las pastillas tranquilizantes, los antidepresivos, las bebidas energéticas y por supuesto, las drogas prohibidas. Si todas ellas no existieran, el mundo sería diferente, pero no necesariamente sería mejor.
¿Cómo surgieron las drogas? ¿y cómo llegamos los mexicanos a vivir frente a esta montaña de más de 40 mil cadáveres que cada día crece más? Como siempre, necesitamos revisar el pasado para comprender nuestro presente.
Las culturas prehispánicas conocían y usaban muchas drogas, ya fuera como medicina o para fines ceremoniales. De todas ellas la más importante es la mariguana, una planta que normalmente se fuma y que ha estado presente en toda la historia de México.
La sociedad mexicana ha variado su opinión con respecto a las drogas. En términos generales han sido vistas como un producto negativo pero necesario; algo de lo que no se puede prescindir pero que se reconoce como dañino. Durante el siglo XIX la mariguana fue una "droga de pobres", muy consumida por los soldados y en las cárceles, mal vista por la parte más rica de la sociedad mexicana, la cual tenía dinero para consumir otro tipo de estupefacientes que le llegaban de otras partes del mundo, como la belladona, el láudano, el opio, y por supuesto la cocaína.
El Estado mexicano intentó controlar el consumo de drogas desde el siglo XIX. En 1846 surgió el primer reglamento para establecer boticas en la Ciudad de México, únicos lugares autorizados para elaborar y vender aquellos narcóticos tolerados por el gobierno. En 1870 se estipuló que sólo podían venderse bajo receta médica, y en 1884 el Consejo Superior de Salubridad realizó un primer catálogo de "tóxicos y sustancias peligrosas".
Sin embargo, era difícil controlar su venta, entre otras razones por la debilidad del Estado y porque la sociedad las necesitaba. Como dije antes, la mariguana era vista como una droga de clases bajas, relacionada con el pulque y que llevaba a los pobres a cometer delitos, mientras que aquellos que tenían más dinero y educación consumían otro tipo de productos, entre ellos la heroína.
A fines del siglo XIX apareció la cocaína, que al principio fue vista como una panacea: lo mismo daba energía a los burócratas que a los estudiantes y curaba las enfermedades de las mujeres y los niños. Tuvo que pasar el tiempo para que esta visión idílica se transformara hasta la imagen que tenemos hoy.
Los ejércitos que se enfrentaron durante la Revolución Mexicana fumaban mucha mariguana: era la única manera de soportar el hambre, las enfermedades y el horror de la muerte que los rodeaba. Al terminar la guerra civil, el nuevo Estado mexicano intentó regular el consumo y distribución de las drogas, pero rápidamente se corrompió ante los grupos que empezaron a cultivar mariguana y amapola en el norte del país.
Sin embargo, y esto es importante mencionarlo, la producción y el consumo de drogas en México hasta el último cuarto del siglo XX fue relativamente pequeño; el Estado mexicano no tenía que preocuparse por la existencia de esos grupos criminales ya que no eran poderosos y los mantenía controlados. La droga que llegaba del exterior normalmente no se quedaba en México, sino que seguía su curso hasta llegar a Estados Unidos, donde el consumo siempre ha sido mucho mayor.
Los problemas empezaron en los años 80 del siglo XX, cuando el Estado mexicano comenzó a debilitarse mientras los cárteles se fortalecían. Poco a poco empezó a llegar cada vez más droga y más dinero a México mientras los controles estatales se achicaban cada vez más. Además de que la droga ya se quedaba en el país en lugar de seguir su camino hacia el norte. Los mexicanos comenzaron a consumir más cocaína, lo que le dio más dinero a las organizaciones criminales, quienes lo repartían en mayores cantidades a las autoridades aprovechando que eran corruptas.
México y Estados Unidos han colaborado para combatir el consumo de drogas desde finales de los años 60, pero esta asociación no ha sido sencilla y en varias ocasiones ha enfrentado a los dos países; sólo baste recordar la crisis diplomática que vivimos luego de que Enrique Camarena, un agente de la DEA, fue asesinado en Guadalajara por investigar el tráfico de drogas en México.
Al crecer los cárteles, el gobierno mexicano intentó fortalecerse, por lo que creó diversos organismos con los cuales combatirlos. En 1989 surgió el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), en 1993 el Instituto Nacional para el Combate a las drogas (INCD), y en 1995 el Sistema Nacional de Seguridad Pública. El Estado mexicano reconoció desde el principio que el crecimiento del narcotráfico en el país era un problema de seguridad nacional, pero también sabía que no contaba con los recursos para combatirlo, y que el arma más terrible de los narcotraficantes era la corrupción, como quedó demostrado en 1997. En ese año, el director del INCD, general Jesús Gutiérrez Rebollo, fue arrestado por proteger a diversos grupos del crimen organizado.
Ante la falta de recursos, el gobierno mexicano tuvo que buscarlos en Estados Unidos, pero eso no era sencillo. Los norteamericanos desconfiaban del gobierno por su corrupción, aunque también supieran que lo necesitaban para tener a México en paz. La cooperación entre los dos países creció a finales del siglo XX, con más armas y tecnología, además de que el FBI y la DEA comenzaron a capacitar a la policía mexicana.
Para los años 90, el ejército tuvo mayor participación en esta nueva "guerra contra las drogas". Hasta ese momento, se encargaba normalmente de destruir plantíos, pero dada la capacidad de fuego de los grupos de narcotraficantes, las fuerzas armadas tuvieron que entrar en la lucha para someterlos. La captura de diversos jefes delictivos como Osiel Cárdenas, Benjamín Arellano Félix, Adán Amezcua y Gilberto García Mena provocó que surgieran nuevos cárteles más pequeños y violentos, lo que recrudeció el conflicto. Para el año 2005 en los estados de Guerrero y Michoacán la violencia alcanzó niveles nunca vistos, por lo menos desde los días de la Revolución Mexicana.
Al comenzar el sexenio de Felipe Calderón, se encontró con que grandes porciones del territorio nacional estaban controladas por las organizaciones criminales, las cuales además de comerciar con droga realizaban otros negocios turbios, como el secuestro y la extorsión. Estas organizaciones estaban peleadas entre sí, lo que recrudecía la violencia, especialmente en la frontera, provocando el enojo de Estados Unidos, y lo que es más importante: a pesar de todos los operativos realizados con anterioridad, las drogas seguían cruzando la frontera sin ningún problema.
El 11 de diciembre de 2006, el gobierno de Felipe Calderón empezó su guerra contra las drogas. Su intención no era acabar con el consumo, sino controlar a los grupos criminales que se han hecho muy poderosos. A partir de 2007, el ejército mexicano realizó operativos en Baja California, Sinaloa, Durango, Nuevo León, Chihuahua, Guerrero, Michoacán y otros estados. Los enfrentamientos entre el ejército y los grupos criminales han hecho que México esté bañado en sangre. A los más de 40 mil muertos hay que agregar los cientos de miles de afectados por la violencia: huérfanos, viudas, desplazados, exiliados y desaparecidos que hay en todo el país.
Felipe Calderón ha dicho muchas veces que no hay otro camino para resolver este problema. Fortalecer el Estado haciéndolo más violento parece ser la única vía para terminar con las organizaciones criminales. Sin embargo, cada vez más voces claman por otra solución: muchos consideran que la violencia podría disminuir si se legaliza el consumo de drogas y se enfoca como un problema de salud.
Lo cierto es que en México es legal el consumo y transporte de drogas, pero siempre para uso individual. Cualquier ciudadano puede portar hasta cinco gramos de mariguana y 50 miligramos de cocaina sin que la autoridad pueda detenerlo por ello (supuestamente).
Pero el problema es mayor, ya que se combina con otro vicio más que centenario en nuestra historia: la corrupción. Esas autoridades que han preferido pactar con el narco en lugar de combatirlo, y esa sociedad que no ve con malos ojos a los narcotraficantes (a pesar de la violencia que han desatado por todo México); los dos tienen su parte de responsabilidad en el infierno que ahora vivimos.
Desgraciadamente, este problema no se acabará pronto. El próximo presidente de México no tendrá mucho margen para maniobrar; quizá deberá aplicar una estrategia parecida a la que está usando Calderón. Porque, mientras Estados Unidos condene el uso de las drogas (y al mismo tiempo legalice su consumo en varias partes de su territorio), y mientras la sociedad mexicana (incluídas sus autoridades) no puedan o no quieran combatir el problema desde sus raíces, al Estado sólo le quedará recurrir cada vez más a la violencia para evitar que las organizaciones criminales se adueñen del poder.
En alguna entrevista, Felipe Calderón dijo claramente que, de no combatir al narco, el próximo presidente sería impuesto por las organizaciones criminales. El problema de las drogas sólo podrá resolverse con una actitud decidida de la sociedad mexicana, la cual necesita unirse para combatir a este monstruo que está destruyendo su presente y puede volver todavía peor su futuro.
¿Cómo surgieron las drogas? ¿y cómo llegamos los mexicanos a vivir frente a esta montaña de más de 40 mil cadáveres que cada día crece más? Como siempre, necesitamos revisar el pasado para comprender nuestro presente.
Las culturas prehispánicas conocían y usaban muchas drogas, ya fuera como medicina o para fines ceremoniales. De todas ellas la más importante es la mariguana, una planta que normalmente se fuma y que ha estado presente en toda la historia de México.
La sociedad mexicana ha variado su opinión con respecto a las drogas. En términos generales han sido vistas como un producto negativo pero necesario; algo de lo que no se puede prescindir pero que se reconoce como dañino. Durante el siglo XIX la mariguana fue una "droga de pobres", muy consumida por los soldados y en las cárceles, mal vista por la parte más rica de la sociedad mexicana, la cual tenía dinero para consumir otro tipo de estupefacientes que le llegaban de otras partes del mundo, como la belladona, el láudano, el opio, y por supuesto la cocaína.
El Estado mexicano intentó controlar el consumo de drogas desde el siglo XIX. En 1846 surgió el primer reglamento para establecer boticas en la Ciudad de México, únicos lugares autorizados para elaborar y vender aquellos narcóticos tolerados por el gobierno. En 1870 se estipuló que sólo podían venderse bajo receta médica, y en 1884 el Consejo Superior de Salubridad realizó un primer catálogo de "tóxicos y sustancias peligrosas".
Sin embargo, era difícil controlar su venta, entre otras razones por la debilidad del Estado y porque la sociedad las necesitaba. Como dije antes, la mariguana era vista como una droga de clases bajas, relacionada con el pulque y que llevaba a los pobres a cometer delitos, mientras que aquellos que tenían más dinero y educación consumían otro tipo de productos, entre ellos la heroína.
A fines del siglo XIX apareció la cocaína, que al principio fue vista como una panacea: lo mismo daba energía a los burócratas que a los estudiantes y curaba las enfermedades de las mujeres y los niños. Tuvo que pasar el tiempo para que esta visión idílica se transformara hasta la imagen que tenemos hoy.
Los ejércitos que se enfrentaron durante la Revolución Mexicana fumaban mucha mariguana: era la única manera de soportar el hambre, las enfermedades y el horror de la muerte que los rodeaba. Al terminar la guerra civil, el nuevo Estado mexicano intentó regular el consumo y distribución de las drogas, pero rápidamente se corrompió ante los grupos que empezaron a cultivar mariguana y amapola en el norte del país.
Sin embargo, y esto es importante mencionarlo, la producción y el consumo de drogas en México hasta el último cuarto del siglo XX fue relativamente pequeño; el Estado mexicano no tenía que preocuparse por la existencia de esos grupos criminales ya que no eran poderosos y los mantenía controlados. La droga que llegaba del exterior normalmente no se quedaba en México, sino que seguía su curso hasta llegar a Estados Unidos, donde el consumo siempre ha sido mucho mayor.
Los problemas empezaron en los años 80 del siglo XX, cuando el Estado mexicano comenzó a debilitarse mientras los cárteles se fortalecían. Poco a poco empezó a llegar cada vez más droga y más dinero a México mientras los controles estatales se achicaban cada vez más. Además de que la droga ya se quedaba en el país en lugar de seguir su camino hacia el norte. Los mexicanos comenzaron a consumir más cocaína, lo que le dio más dinero a las organizaciones criminales, quienes lo repartían en mayores cantidades a las autoridades aprovechando que eran corruptas.
México y Estados Unidos han colaborado para combatir el consumo de drogas desde finales de los años 60, pero esta asociación no ha sido sencilla y en varias ocasiones ha enfrentado a los dos países; sólo baste recordar la crisis diplomática que vivimos luego de que Enrique Camarena, un agente de la DEA, fue asesinado en Guadalajara por investigar el tráfico de drogas en México.
Al crecer los cárteles, el gobierno mexicano intentó fortalecerse, por lo que creó diversos organismos con los cuales combatirlos. En 1989 surgió el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), en 1993 el Instituto Nacional para el Combate a las drogas (INCD), y en 1995 el Sistema Nacional de Seguridad Pública. El Estado mexicano reconoció desde el principio que el crecimiento del narcotráfico en el país era un problema de seguridad nacional, pero también sabía que no contaba con los recursos para combatirlo, y que el arma más terrible de los narcotraficantes era la corrupción, como quedó demostrado en 1997. En ese año, el director del INCD, general Jesús Gutiérrez Rebollo, fue arrestado por proteger a diversos grupos del crimen organizado.
Ante la falta de recursos, el gobierno mexicano tuvo que buscarlos en Estados Unidos, pero eso no era sencillo. Los norteamericanos desconfiaban del gobierno por su corrupción, aunque también supieran que lo necesitaban para tener a México en paz. La cooperación entre los dos países creció a finales del siglo XX, con más armas y tecnología, además de que el FBI y la DEA comenzaron a capacitar a la policía mexicana.
Para los años 90, el ejército tuvo mayor participación en esta nueva "guerra contra las drogas". Hasta ese momento, se encargaba normalmente de destruir plantíos, pero dada la capacidad de fuego de los grupos de narcotraficantes, las fuerzas armadas tuvieron que entrar en la lucha para someterlos. La captura de diversos jefes delictivos como Osiel Cárdenas, Benjamín Arellano Félix, Adán Amezcua y Gilberto García Mena provocó que surgieran nuevos cárteles más pequeños y violentos, lo que recrudeció el conflicto. Para el año 2005 en los estados de Guerrero y Michoacán la violencia alcanzó niveles nunca vistos, por lo menos desde los días de la Revolución Mexicana.
Al comenzar el sexenio de Felipe Calderón, se encontró con que grandes porciones del territorio nacional estaban controladas por las organizaciones criminales, las cuales además de comerciar con droga realizaban otros negocios turbios, como el secuestro y la extorsión. Estas organizaciones estaban peleadas entre sí, lo que recrudecía la violencia, especialmente en la frontera, provocando el enojo de Estados Unidos, y lo que es más importante: a pesar de todos los operativos realizados con anterioridad, las drogas seguían cruzando la frontera sin ningún problema.
El 11 de diciembre de 2006, el gobierno de Felipe Calderón empezó su guerra contra las drogas. Su intención no era acabar con el consumo, sino controlar a los grupos criminales que se han hecho muy poderosos. A partir de 2007, el ejército mexicano realizó operativos en Baja California, Sinaloa, Durango, Nuevo León, Chihuahua, Guerrero, Michoacán y otros estados. Los enfrentamientos entre el ejército y los grupos criminales han hecho que México esté bañado en sangre. A los más de 40 mil muertos hay que agregar los cientos de miles de afectados por la violencia: huérfanos, viudas, desplazados, exiliados y desaparecidos que hay en todo el país.
Felipe Calderón ha dicho muchas veces que no hay otro camino para resolver este problema. Fortalecer el Estado haciéndolo más violento parece ser la única vía para terminar con las organizaciones criminales. Sin embargo, cada vez más voces claman por otra solución: muchos consideran que la violencia podría disminuir si se legaliza el consumo de drogas y se enfoca como un problema de salud.
Lo cierto es que en México es legal el consumo y transporte de drogas, pero siempre para uso individual. Cualquier ciudadano puede portar hasta cinco gramos de mariguana y 50 miligramos de cocaina sin que la autoridad pueda detenerlo por ello (supuestamente).
Pero el problema es mayor, ya que se combina con otro vicio más que centenario en nuestra historia: la corrupción. Esas autoridades que han preferido pactar con el narco en lugar de combatirlo, y esa sociedad que no ve con malos ojos a los narcotraficantes (a pesar de la violencia que han desatado por todo México); los dos tienen su parte de responsabilidad en el infierno que ahora vivimos.
Desgraciadamente, este problema no se acabará pronto. El próximo presidente de México no tendrá mucho margen para maniobrar; quizá deberá aplicar una estrategia parecida a la que está usando Calderón. Porque, mientras Estados Unidos condene el uso de las drogas (y al mismo tiempo legalice su consumo en varias partes de su territorio), y mientras la sociedad mexicana (incluídas sus autoridades) no puedan o no quieran combatir el problema desde sus raíces, al Estado sólo le quedará recurrir cada vez más a la violencia para evitar que las organizaciones criminales se adueñen del poder.
En alguna entrevista, Felipe Calderón dijo claramente que, de no combatir al narco, el próximo presidente sería impuesto por las organizaciones criminales. El problema de las drogas sólo podrá resolverse con una actitud decidida de la sociedad mexicana, la cual necesita unirse para combatir a este monstruo que está destruyendo su presente y puede volver todavía peor su futuro.
Sabe que es lo triste de todo este asunto? es que todo lo que dice es verdad... adoro sus artículos, me dejan pensando como mil años, pero este en especial me dejó un tanto apesumbrada, aún así gracias por compartir su mirada objetiva.
ResponderBorrarSaludos:
ResponderBorrarMe parece bastante pertinente el recuento que haces de la relación de la sociedad y autoridades mexicanas con las drogas.
En este sentido, habrá que recordar que por allá de los años cuarenta un médico nacional de nombre Leopoldo Salazar "propuso [de acuerdo con Lorenzo Meyer] considerar a los consumidores regulares de las substancias prohibidas como enfermos y no como delincuentes"; sin embargo, las elites mexicanas de entonces adoptaron como propia la visión norteamericana del problema: castigar severa y penalmente al consumidor. Y hasta la fecha.
Es oportuno cambiar el enfoque.
Carlos León Ibarra