Historia rapidísima del presidencialismo mexicano.
Se ve, se siente; la ambición flota en el ambiente. Alonso Lujambio, secretario de Educación Pública, aseguró ayer que "es el mejor posicionado" para convertirse en el candidato del PAN a la presidencia de la república el próximo año. Lo mismo están diciendo Ernesto Cordero (SHCP) y Javier Lozano (ST), mientras que Josefina Vázquez Mota mueve sus piezas porque ella también se considera capaz de cruzarse el pecho con la banda presidencial el primero de diciembre de 2012.
Y a ellos tres se añaden Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador, ambos pertenecientes a la izquierda y quienes se han pasado este sexenio haciendo boxeo de sombra, evitando (por ahora) enfrentarse entre sí, lo que según algunos podría ocasionar hasta la destrucción del PRD.
Frente a los suspirantes panistas y perredistas está el dinosaurio tricolor, quien no murió luego de perder la presidencia en 2000 y que logró sobrevivir al cisma que vivió seis años más tarde. Manlio Fabio Beltrones, experimentado político formado por Fernado Gutiérrez Barrios, dice que tiene los méritos y el conocimiento necesario para lograr que el PRI regrese a Los Pinos. Sin embargo, el líder en las encuestas es el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, quien se ha valido de su figura, el apoyo que ha recibido por parte de Televisa y el poder de la élite priísta en su Estado para estar a un paso de convertirse en el sucesor de Felipe Calderón.
Todos están obsesionados por convertirse en el próximo presidente de México, todos sabemos que ya comenzó la gran carrera que ocupará las primeras planas de los diarios hasta diciembre del próximo año, pero en realidad es poco lo que sabemos sobre esa institución que hasta hace pocas décadas parecía todopoderosa: el presidencialismo mexicano.
Para empezar, ¿qué es el presidencialismo? pues es un sistema de gobierno en el que el poder está repartido en tres partes: una de ellas hace leyes, (legislativo), otra vigila que éstas se cumplan (judicial) y la tercera las aplica (el ejecutivo). Esta última es la más importante de las tres, ya que concentra el poder en una sola persona, a la que se le llama "presidente".
El sistema presidencialista tiene varias características: el poder se obtiene por elección, su duración temporal es fija, aquella persona elegida como presidente puede formar su equipo directo de colaboradores sin necesitar el permiso del Legislativo (al menos en teoria), existe la posibilidad de la reelección, pero por medio de fuertes controles constitucionales, las elecciones se decantan más por el "candidato" que por el partido que lo respalda, y también tiene la obligación de rendir cuentas por lo que hace.
El primer presidente de México fue Guadalupe Victoria, en 1824. Sin embargo, durante el siglo XIX hubo tres personas que modelaron la institución presidencial y le confirieron características que duran hasta el día de hoy. El primero es Antonio López de Santa Anna, quien ocupó el cargo de forma intermitente entre 1833 y 1854. Santa Anna basó su poder político en el prestigio que le daba haber peleado la Revolución de Independencia, su grado de general y su inmensa fortuna; pero no pudo crear una presidencia fuerte, entre otras cosas porque no le interesaba. Los presidentes de su tiempo eran figuras muy débiles, acotadas por el legislativo y por los gobernadores de los estados, quienes sí tenían poder económico y militar.
La presidencia comenzó a tener poder hasta que se promulgó la Constitución de 1857, y su gran ejemplo (el único, en realidad) es Benito Juárez. Él y su generación sabían que era necesario para el país un poder unificador, que acabara con la anarquía e impidiera la desaparición de México, y para lograrlo fortalecieron a la presidencia.
El tercer hombre que transformó a la presidencia fue Porfirio Díaz, ya que en él se congregan la capacidad de negociación de Santa Anna (basada en su carisma) y el poder legal que comenzaba a tener la presidencia gracias a Benito Juárez. Díaz pudo sostenerse en el poder durante treinta años gracias a que era al mismo tiempo un caudillo carismático y un presidente constitucional, características que de una forma u otra sobrevivieron con el paso del tiempo.
Luego de la renuncia y posterior exilio de Porfirio Díaz, tuvieron que pasar más de 20 años para que la presidencia se convirtiera en la pieza fundamental del sistema político mexicano. La Revolución la debilitó profundamente. Madero no pudo controlar al país, y sus sucesores (Carranza, Obregón y Calles) tuvieron poder por sus méritos en campaña y no por ser presidentes.
Lázaro Cárdenas logró fortalecer a la presidencia al acabar con el poder del Jefe Máximo Calles, al liderar la nacionalización de la industria petrolera en 1938, y al terminar su sexenio en 1940 sin intentar otra reelección. A partir de entonces el poder del presidente crecería hasta convertirse en el más importante de México. A sus capacidades legales se le sumaba el ser jefe de su partido, que éste tuviera la mayoría absoluta en las cámaras, que el sistema electoral estuviera controlado por el gobierno, y además la existencia de un "pacto histórico" con los obreros y campesinos. La presidencia se convirtió en un poder benefactor y autoritario, capaz de dialogar con otros grupos y tambien de atraerlos a su causa. A todo lo anterior hay que sumar el hecho de que el presidente en turno podía escoger a su sucesor, a veces sin necesidad de negociarlo con el resto de la élite política mexicana, como sucedió en el caso del "destape" de Adolfo López Mateos en 1958.
La presidencia estaba limitada por su duración sexenal, por la imposibilidad de la reelección, y por la presión que pudieran ejercer los otros grupos que formaban la "Familia Revolucionaria", pero fuera de eso su poder era casi absoluto.
La época dorada de la presidencia duró aproximadamente de 1940 a 1968. A partir de ese año ocurrieron varias crisis que debilitaron a la institución. Primero, el movimiento estudiantil que comenzó a "desacralizar" al presidente. A esto se suma el estupor de la clase media ante las medidas que tomó el gobierno para terminar con la huelga de 1968.
Segundo, la crisis económica de 1976 causada fundamentalmente por el férreo control que ejerció el presidente Echeverría sobre la Secretaría de Hacienda. cuando la economía comenzó a controlarse desde Los Pinos, a lo que se añade el hecho de que para ese año sólo hubo un candidato presidencial: José López Portillo, lo que lastimó la imagen presidencial y terminó de destruir cualquier idea de que el sistema priísta era democrático.
La crisis de 1982 también golpeó a la presidencia, pero tal vez no tanto como la rebelión al interior del PRI liderada por Cuauhtémoc Cárdenas en 1987 y el conflicto electoral un año más tarde. Hasta el día de hoy no sabemos con certeza si Carlos Salinas de Gortari ganó por un mísero margen la presidencia, o si hubo un fraude. Pero (y esto es más importante, aunque se nota poco), el PRI perdió la mayoría en las cámaras, lo que a partir de entonces le impidió hacer enmiendas a la Constitución, a menos que contara con el apoyo de otro partido, en este caso el PAN.
A partir del sexenio de Salinas el poder presidencial comenzó a desvanecerse, ya que tuvo que soltar varias amarras que lo habían sostenido durante décadas: perdió el control de las elecciones entre 1990 y 1996, con el nacimiento del Instituto Federal Electoral; dejó de ser la "suprema autoridad" en asuntos agrarios, luego de la desaparición del ejido en 1992; perdió el control de la Ciudad de México al surgir la figura de Jefe de Gobierno en 1996; el Banco de México se volvió autónomo en 1993, con lo que Los Pinos ya no pudo controlar la economía del país; a partir de 1995 los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (elegidos por el presidente) tuvieron que ser ratificados por el Senado, y lo mismo ocurrió con el cargo de Procurador General de la República un año más tarde.
Durante el sexenio de Ernesto Zedillo, la presidencia se "desbarrancó". Los líderes estatales del PRI vieron con asombro como su "jefe máximo" se alejaba del partido y los dejaba solos mientras la oposición barría con ellos. El candidato priísta para las elecciones del año 2000, Francisco Labastida, no contó con el apoyo presidencial y tuvo que reconocer su derrota ante el panista Vicente Fox.
El nuevo presidente llegó con un enorme poder moral; su elección es un ejemplo inédito de legalidad en la historia de este país. Sin embargo, Fox no se dio cuenta de que heredaba una presidencia lastimada y que frente a él estaría un Poder Legislativo fortalecido, en el que su composición (dividido casi en tres partes iguales, una para cada partido mayoritario, además de la "chiquillada") le haría imposible gobernar durante su sexenio. Fox se pasó seis años peleándose con las cámaras y acusándolas ante la sociedad de ser las responsables de la inmovilidad gubernamental.
Pero el caos llegó cuando Fox intentó bloquear la carrera a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Entonces ocurrió lo inconcebible: si, desde el sexenio de Miguel de la Madrid, cada presidente tenía que permanecer impasible mientras los diputados lo increpaban cada vez que acudía al Palacio Legislativo a rendir su informe de gobierno; en el último año de Fox simplemente no le permitieron entrar.
La toma de posesión de Felipe Calderón el 1 de diciembre de 2006 fue, por decir lo menos, vergonzosa. La presidencia que había sido una institución tan poderosa, se convirtió en un guiñapo débil al que además se le pedía que solucionara inmediatamente todos los problemas del país. Y a Calderón no se le ocurrió nada mejor para legitimarse que unir a todos los mexicanos para acabar con un enemigo común: el narcotráfico.
Seis años después tenemos una montaña formada por 40 mil cadáveres, un enorme malestar y una gran incertidumbre sobre lo que ocurrirá el próximo año, cuando vayamos a las urnas a votar por nuestro candidato preferido. ¿Volverá a fortalecerse la presidencia? Sólo el tiempo lo dirá. Pero, como ciudadanos, mientras mayor información tengamos, mayor será nuestra capacidad de decisión.
BUENÍSIMO!!!
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