Los 85 años de Miguel León Portilla y "el tapado" mexica.


La semana pasada, este país vivió uno de esos momentos que pueden enorgullecernos, que nos hacen pensar que no todo puede ser tan malo (a pesar de que la cifra de muertos por la guerra contra el narco siga creciendo): don Miguel León Portilla cumplió 85 años de edad. Quizá muchos me pregunten "¿y ese señor quién es?" y yo les diré que es uno de los historiadores más importantes de México, y que ha dedicado su vida al estudio de las culturas precolombinas. Si alguna vez en la preparatoria leíste "La visión de los vencidos", sabrás que el fue su coautor.
Miguel León Portilla es una de las glorias de nuestra universidad nacional. un ávido estudioso de la lengua y la cultura nahuatl, a quien le debemos no sólo el rescate de múltiples documentos escritos en ese idioma y otros precolombinos, sino también darnos otra mirada sobre esos pueblos: sus costumbres, su vida cotidiana, su poesía y particularmente su filosofía. A diferencia de otros autores que consideran que sólo Occidente reflexiona de manera filosófica, Miguel León Portilla sostiene que los mexicas y otros pueblos también pensaban en aquellos temas que nos han interesado en todos los tiempos, como la muerte, la impermanencia, el amor, la ética, el conocimiento y otros. Su tesis doctoral "La filosofía nahuatl" es un bellísimo libro que nos lleva a viajar por el pensamiento mexica a través de sus cantos y poemas. Imprescindible para todo aquel que quiera saber sobre el México antiguo.
Otro libro -precioso- de don Miguel es Toltecáyotl, un estudio sobre diversos aspectos de la cultura nahuatl, y es en este libro donde don Miguel nos habla de una figura importantísima para el pueblo mexica: Tlacaélel.
Nacido en 1398, Tlacaélel fue un estadista, guerrero, reformador y consejero de varios Tlatoanis. En su momento le ofrecieron ese cargo, pero él lo rechazó. Los mexicas lograron triunfar sobre sus antiguos amos de Azcapotzalco gracias al ingenio de este personaje, y cuando se convirtieron en la máxima potencia del Valle de México, Tlacaélel destruyó los antiguos códices para crear una "nueva historia azteca" en la que este pueblo apareciera como un vencedor desde sus orígenes, a la manera de Qin Shihuangdi.
Tlacaélel -asegura Miguel León-Portilla- era escuchado por los gobernantes de Tenochtitlán, lo que le permitió influir en sus decisiones. Cuando había que elegir a un nuevo gobernante supremo, lo común era que esa decisión la tomaran los representantes de los calpullis, pero Tlacaélel introdujo diversas variantes a ese proceso.
Para empezar, al ser una figura tan respetada, Tlacaélel se reunía con los miembros de los distintos grupos sociales de importancia dentro de la sociedad mexica: los sacerdotes, los militares y comerciantes. En esas reuniones, Tlacaélel se enteraba de los gustos de estos sectores y a quién querrían como nuevo Tlatoani, al mismo tiempo que Tlacaélel iba orientando de forma subrepticia sus decisiones.
Hay que tener presente que la cultura mexica, que por una parte era muy bárbara y dispuesta a la guerra, por otro lado respetaba profundamente la cultura y en especial la oratoria. Los mexicas admiraban enormemente a aquellos con la capacidad de expresar sus ideas de forma elegante, prudente, que "decían sin decir". Entonces, Tlacaélel tenía que ser lo suficientemente hábil para inclinar la balanza a favor de su candidato sin que pareciera que lo estaba imponiendo.
Luego de estos "sondeos", se reunían los sacerdotes, guerreros y comerciantes en una gran asamblea, de donde salía el candidato elegido. Como dice León-Portilla, el candidato pasaba por el "tlapepenaztli", vocablo del cual surgió nuestra palabra "pepenar".
En ningún momento los candidatos manifestaban su deseo de ser nombrados Tlatoani. La honestidad (por lo menos en este caso) era muy mal vista. Lo que debían hacer era externar su desagrado ante la posibilidad de obtener ese cargo. Algunos lloraban e inclusive se escondían para que no pudieran elegirlos, lo que al final siempre lograban los sacerdotes que eran comisionados para encontrar al candidato escogido por la asamblea, para llevarlo al Templo Mayor y mostrarlo a todo el pueblo Mexica.
Entonces, señala León-Portilla, "podía levantarse el velo", y el candidato era "destapado" para que Tenochtitlan supiera que tenía un nuevo Tlatoani.
Al final del texto, Miguel León Portilla se pregunta si no nos habrá llevado nuestro inconsciente colectivo a revivir esa vieja ceremonia en aquellos fastuosos eventos que coronaban el proceso de "destapamiento" que caracterizaba al sistema priísta. Es imposible asegurarlo, pero tal vez sea una pista que nos ayude a comprender mejor al pueblo mexicano y su tortuosa relación con la política.
Por cierto, Miguel León-Portilla también nos cuenta (en otro artículo) que cuando un Tlatoani llegaba al poder, el pueblo lo recibía diciéndole que era su deber servirle, y que en caso de no hacerlo, recurrirían "al palo y a las piedras" para imponer su autoridad.
No creo que la violencia sea el camino, pero admiro a ese pueblo mexica que era capaz de dejarle muy claro a sus gobernantes quien mandaba en realidad.

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