¿Qué hacemos con la Revolución Mexicana?

Dentro de cinco días se conmemorarán los primeros cien años del inicio de la Revolución Mexicana, si tomamos como fecha de comienzo la establecida por Francisco I. Madero en su Plan de San Luis, en donde decía que la rebelión contra el presidente Porfirio Díaz tenía que empezar el 20 de noviembre de 1910 a las 6 de la tarde en punto. Este señor no sabía nada sobre la puntualidad mexicana, pero eso es tema para otro post.
Un siglo después, henos aquí, con una nación que sufre una crisis económica, social y política desde hace más de treinta años, con un futuro incierto y un pasado problemático, al que vemos con rencor por todo aquello que nos prometieron y jamás se cumplió (aparentemente).
¿Cómo ver ahora a ese movimiento campesino, obrero y de clases medias, que buscaba el reparto de la tierra, la educación para todos, mejores condiciones de trabajo, que el voto fuera respetado y que ninguna persona o grupo político se eternizara en el poder?
Desde hace tiempo es común echarle la culpa a la Revolución Mexicana de los males que sufre el país. Parece que el movimiento de 1910 sólo sirvió para que unos se hicieran más ricos mientras los pobres sólo cambiaban en número. Las promesas de mejor educación, mejor trabajo y mejor calidad de vida sólo sirvieron para que las masas respaldaran al Partido de Estado, pero cuándo éste no pudo quedarse con la presidencia en el año 2000, todos los problemas cayeron como avalancha sobre una nueva clase política interesada únicamente en enriquecerse.
La culpa de todo, entonces la tiene nuestra historia. Es que nacimos para perder...
Ok, ya respiré profundo. Como decía don Edmundo O´Gorman: el historiador debe comprometerse a recrear el pasado para comprenderlo de la forma más objetiva posible, sin pretender enjuiciar a los muertos tan sólo para satisfacer brevemente alguna frustración provocada por el presente que le tocó vivir. Echarle la culpa al pasado de todo lo malo que nos ocurre ahora es una salida fácil, pues nos exime de responsabilizarnos por la construcción de nuestro futuro.
Pero las personas (y las naciones) sólo maduran cuando se atreven a revisar su pasado sin filias ni fobias y se comprometen a no caer nuevamente en los mismos errores. La Historia sí puede ser una maestra de la vida, pero sólo cuando el educando deveras quiere aprender correctamente sus lecciones.
Como he dicho muchas veces en este blog, lo mejor que podemos hacer con nuestro pasado mexicano es conocerlo y comprenderlo, pues resulta que es el piso sobre el cual vivimos nuestro presente.
Y ya que tenemos otro centenario encima, qué mejor que verlo de forma serena, como nos propone Javier Garciadiego en su artículo "¿Un siglo de Revolución, o la Revolución de hace un siglo?" publicado en la revista Nexos de este mes.
Garciadiego señala que es necesario entender a la Revolución como la suma de distintos movimientos: las revueltas campesinas de Villa y Zapata, los intentos democratizadores de Madero, la lucha por el poder de los restos del grupo reyista, encabezado por Venustiano Carranza, el proceso de construcción de una clase media vigorosa con Obregón y Calles, y el corporativismo que consolidó al nuevo Estado mexicano con Lázaro Cárdenas.
La Revolución pasó por cinco etapas: primero, diez años de violencia, donde los caudillos dieron las grandes batallas para acabar con el antiguo régimen y luego pelearon entre ellos para ver quién se quedaba con el pastel.
Luego vino una "etapa proteica" (entre 1920 y 1940) donde pudo crearse un nuevo Estado que formó instituciones que definieron el siglo XX mexicano. Son los años de la fundación del Partido de Estado, de la autonomía universitaria, de la creación del Banco de México, la Secretaría de Educación Pública, de la nacionalización de la industria petrolera, y de muchos aquellos mitos que legitimaron a los gobiernos posteriores.
La tercera etapa de la Revolución (1940-1970) se caracteriza por la institucionalización y el gradualismo de los gobiernos. Al estar consolidado el Estado, ya no era necesario mantener un discurso bélico contra otros sectores de la sociedad mexicana (como la iniciativa privada o la Iglesia Católica) y además, luego de la Segunda Guerra Mundial, era necesario mantener una relación armoniosa con Estados Unidos, pero no hasta el punto de que ello provocara problemas internos. El movimiento de 1910 y sus caudillos eran usados como símbolos de legitimidad por parte de los gobiernos priístas, quienes se consideraban herederos de las luchas y reclamos de todos los que pelearon durante la Revolución Mexicana.
Sin embargo, ese "Estado todopoderoso" en el que supuestamente podían remediarse todas las contradicciones que sufriera la sociedad mexicana, nunca pudo acabar con la tremenda desigualdad y creyó que sólo él tenía el derecho de gobernar a este país, eliminando cualquier otra opción política, lo que provocó un atraso democrático del cual no podemos reponernos.
Luego del conflicto estudiantil de 1968, la sociedad mexicana perdió gradualmente la confianza en los herederos de la Revolución, hasta el punto que ellos mismos olvidaron el discurso ideológico que los sostuvo durante años y se integraron a la modernidad neoliberal, lo que terminó definitivamente con el proyecto político de la Revolución Mexicana en el año 2000.
La Revolución fue entonces resultado de la articulación de proyectos políticos diferentes durante la mayor parte del siglo XX. A pesar de que los gobiernos panistas la rechacen (prueba de ello es el gran desbarajuste con el que pretenden "conmemorarla"), la leyenda de la Revolución sigue viva entre nosotros. Como bien señala Garciadiego, al triunfo de Fox en el 2000 no vino un cambio inmediato de nombres de calles ni la creación de una "nueva historia de bronce" que borrara el recuerdo de Obregón y Villa para poner en su lugar a los cristeros del Bajío, (aunque, hay que decir que lo intentaron).
Las biografías de Villa, Zapata, Carranza y los otros siguen siendo demandadas por los lectores, y me consta que hay mucha gente con ganas de saber sobre nuestra historia (este blog es prueba de ello).
Sin embargo, la Revolución nos quedó a deber. A pesar de la construcción de grandes instituciones y de la promulgación de una constitución con marcado énfasis social, todavía vivimos muchos problemas que se supone iban a desaparecer gracias a la lucha que comenzó en 1910.
No vivimos en una auténtica democracia, y la desigualdad impide que progresemos.
¿Qué hacer entonces con la Revolución Mexicana? pues comprometernos a llevarla a cabo. La sociedad tiene que darse cuenta de que debe interesarse en la política y participar en ella, porque cada vez que no conoce el nombre de sus representantes ni los cuestiona, les deja el campo libre para que se comporten de manera autoritaria.
También tiene que saber que sólo conquistará los derechos que se merece cuando esté dispuesta a pelear por ellos: la educación de calidad, el trabajo bien remunerado, la vida mejor que tanto desea, sólo llegará cuando se decida a obtenerlos y se una para lograrlo.
México necesita una nueva revolución, pacífica, transformadora, constructora de las nuevas instituciones para el siglo XXI: un movimiento que garantice el bienestar de los mexicanos y que sus vidas, bienes y derechos serán protegidos por el Estado.
Pero eso sólo ocurrirá cuando la sociedad mexicana comprenda que tiene que responsabilizarse por su destino.
Sólo entonces podremos decir, a diferencia de lo que señaló Daniel Cosío Villegas hace más de 50 años, que nuestra generación sí estuvo a la altura de las exigencias de la Revolución Mexicana, y logró construir el país que tanto anhelaba.

Escúchame mañana,16 de noviembre, hablando sobre la Revolución Mexicana a partir de las 11 AM en el noticiero "Y usted...¿qué opina?" con Nino Canún, en La 69, 690 de AM.




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