El caso de México en Edmundo O´Gorman.
En 1947, Daniel Cosío Villegas dictaminó que México sufría una crisis moral debido a que la Revolución Mexicana no había cumplido las metas que se impuso. Tres años antes, un contemporáneo suyo marcó la pauta al analizar el gran problema que significaba (y significa) ser un trabajador del pensamiento en este país.
Don Edmundo O´Gorman fue uno de los historiadores más importantes en el México del siglo XX. Sus trabajos sobre el pasado colonial y la filosofía de la Historia determinaron la forma de realizar el oficio historiográfico en el país durante el siglo pasado. Sus traducciones a obras fundamentales como Idea de la Historia, de R.G. Collingwood, y las introducciones que hizo a las ediciones de Herodoto y Tucídides hechas por Porrúa, además de todas las generaciones que pasaron por sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, lo convierten en un guía para todos aquellos que nos dedicamos al arte de investigar al ser humano en el tiempo.
1944; Edmundo O´Gorman tenía un pequeño empleo en el Archivo General de la Nación y daba clases en la Universidad Nacional. En ese año envió un artículo a Rafael Heliodoro Valle, directivo de Excélsior, en el que analizaba uno de los más grandes problemas de México: su relación con la cultura.
México, señala O´Gorman al inicio del artículo, tiene serios problemas políticos, económicos y sociales. Pero uno de ellos es enorme, tan grande que quienes nos gobiernan no se han dado cuenta de ello: la forma en que tratamos a la cultura mexicana y a quienes son responsables de crearla.
Ese México de fines de la Segunda Guerra Mundial le apostaba al progreso y la industrialización; a ser "una ciudad norteamericana de tercera categoría" en la que el gran negocio era la especulación con bienes raíces. Los políticos lucraban con el poder, la Iglesia emprendía su reconquista espiritual, los capitanes de las finanzas y la industria luchaban por ser cada vez más ricos, y la clase media se conformaba con seguir su vida de siempre.
En ese mundo mexicano era y es normal, dice O´Gorman, que los citadinos tengan una vida en la que lo principal es la búsqueda del confort y de tener los máximos derechos con las mínimas obligaciones posibles. Y una de esas obligaciones a las que la mayoría se niega a responder es con la cultura. Simplemente no les interesa, y están en su derecho. No todo mundo tiene por qué saber de libros, música, artes o historia. Sin embargo, dice O´Gorman, la situación se complica cuando aquellos "bárbaros modernos" a los que no les gusta la cultura, ocupan puestos en los que deberían defenderla.
Porque la cultura es, nos guste o no, algo vital y necesario para las sociedades. Un gobierno que quiere ser complaciente con todos sus gobernados y que busca garantizar su espacio en el presupuesto en lugar de realmente gobernar (con todos los problemas que ello conlleva), sólo está incubando un pequeño huevo del que con el tiempo saldrán horribles problemas para la sociedad que lo permitió.
Una sociedad que no valora a sus intelectuales está condenada a la mediocridad por siempre. O´Gorman se queja en su artículo de los mínimos sueldos recibidos por historiadores, escritores, pintores y músicos, lo que los obliga a vivir de "chambitas" sin el tiempo para desarrollar su arte en todo su esplendor.
Este texto es uno de los primeros en la carrera historiográfica de O´Gorman, así que obviamente no nos habla de los diversos esfuerzos que con el paso del tiempo surgieron para de alguna manera solucionar este problema, como Conacyt, Fonca, SNI y otros.
Sin embargo, vale la pena leerlo, ya que, a pesar de algunos cambios, vivimos también en una época utilitarista, a la que le importa más la apariencia que el fondo, y que se arrastra en la angustia que le provoca el ansia de poseer cada vez más cosas.
Como señala O´Gorman: "La primera condición para gobernar es tener buen gusto. Enséñame tu corbata y te diré si puedes ser presidente de la República".
¡Muy cierto! El trabajo intelectual no se valora para nada en este país...
ResponderBorrarNada más tengo una puntualización sobre uno de los últimos párrafos: en rigor, el utilitarismo es una postura ética en la que las decisiones se toman considerando el mayor bien para el mayor número. En la jerga cotidiana se le ha equiparado con la racionalidad instrumental, que orienta la acción de acuerdo a fines, sin consideración alguna, moral o de otro tipo, de los medios para conseguirlos.
Tal vez una palabra más apropiada sería "pragmatismo", en vez de "utilitarismo"... O tal vez habría que rescatar el término de las garras de el lenguaje de uso...