El pasado es ahora.


En este año bicentenario las voces que opinan sobre nuestro pasado se han multiplicado de forma innegable (así como yo comprenderé, jejeje). Ahora le toca el turno a Héctor Aguilar Camín, con su ensayo Actualidad del Pasado, publicado en la revista Nexos de este mes, como parte de la serie La Construcción de México.
Lo interesante de esta catarata de voces radica en que, muchas veces sin desearlo, surge un diálogo entre los autores que publican en distintos medios. Primero Florescano, luego González de Alba y ahora Aguilar Camín (junto con muchos otros) colaboran para que por lo menos, del Bicentenario nos quede la necesaria reflexión sobre nuestro pasado y hacia dónde queremos dirigirnos.
En su artículo, Aguilar Camín presenta diversas ideas:
Primero, debemos reconocer que somos un país en el que la historia está viva. Esto no es solamente un cliché; muchas de nuestras costumbres son tricentenarias, por lo menos, No vivimos en una nación que contempla su pasado muerto desde la vitrina de un museo. Nosotros sólo debemos salir a la calle para darnos cuenta de que aquello que fuimos sigue influyendo en nosotros y marca nuestra forma de ser.
Este "vivir de la costumbre" ha marcado especialmente nuestra historia política. No somos una nación que haya nacido en la democracia; la hemos ido construyendo poco a poco, con un paso muy errático pero constante pese a todo. A veces se nos olvida que nuestra primera costumbre política fue la monárquica-autoritaria, y que durante el siglo XIX comenzamos la transformación hacia un Estado repúblicano y democrático. Con muchos tropiezos, pero al final logramos construir instituciones liberales, y más aún; contamos ya con una cultura democrática que, por lo menos, nos permite darnos cuenta de aquello que es liberal y lo que no. Es cierto que falta muchísimo para que México sea un Estado moderno, pero por lo menos vivimos en una sociedad que ya puede diferenciar entre lo dictatorial y lo democrático.
La segunda costumbre política mexicana es mucho más compleja, tiene que ver con nuestra vida cotidiana y quizá es el mal más grande que sufrimos en este país: no respetamos las leyes. Desde el ciudadano más humilde hasta la corporación multinacional estamos acostumbrados a "darle la vuelta" a los códigos y reglamentos que tendríamos que obedecer. El viejo refrán español: "acátese, pero no se cumpla" sigue vivo entre nosotros, y mientras no construyamos una ciudadanía consciente de la importancia de las leyes y su cumplimiento, no hay forma de que salgamos adelante. Si tenemos por norma tirar basura en la calle, darle una mordida al funcionario para agilizar los trámites, comprar mercancía pirata y otras linduras, ¿cómo podemos exigirle a nuestras autoridades que respeten nuestro voto, que no utilicen a su gusto el presupuesto salido de nuestros impuestos y que permitan que nuestras riquezas naturales desaparezcan para siempre? Cada uno de nosotros tiene que empezar por respetar obedecer la ley, para que México realmente pueda cambiar.
Al final del ensayo, Aguilar Camín reflexiona sobre la amarga visión crítica que desde el presente lanzamos a nuestro pasado, como si quisiera referirse a lo dicho por González de Alba hace tiempo. Y Aguilar Camín señala que si bien la crítica es necesaria, también necesitamos reflexionar con más calma sobre la historia de nuestro país. No somos la gran potencia tecnológica o económica, pero tampoco hemos caído en la barbarie que ha marcado a las grandes civilizaciones. No hemos tenido a un Abraham Lincoln, pero tampoco hemos creado un José Stalin. No estamos acostumbrados a discutir libremente nuestra vida política como sí lo hacen otras naciones, pero a cambio jamás hemos tenido holocaustos o gulags.
Hemos pasado por cosas muy malas, tuvimos muchos errores y muchos crímenes, pero también nos hemos esforzado en hacer las cosas mejor. Como dice Aguilar Camín al final de su ensayo: "somos un país considerablemente mejor que el que hemos sido, aunque el país que somos sea tan imperfecto que merezca y justifique nuestras quejas".

Comentarios

  1. ¿Que ya podemos distinguir, como sociedad, lo dictatorial de lo democrático? Pues no, no podemos distinguir entre ambas, seguimos viviendo en una sociedad que tolera y se identifica más con la anti-democracia que con la democracia. Es de lamentar que sigan nuestros intelectuales haciendo el papel de tapaderas a un sistema no democrático, fundado en la élite rabona y sin luces de las dirigencias partidistas y a presidentes, que apenas llegan a los Pinos y de inmediato se dedican a apuntalar el centralismo, la antidemocracia, el amiguismo y la estupidez.
    Sería mejor para nuestra sociedad contar con observadores más inteligentes para ver lo que esta ocurriendo que con intelectuales que imaginan y describen sobre lo que no existe.

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