Un recuerdo para Monsieur Bloch.


“He aquí al historiador llamado a rendir cuentas. No se atreverá a hacerlo sin un ligero temblor interior: ¿qué artesano envejecido en el oficio no se ha preguntado alguna vez, con el corazón encogido, si ha empleado su vida juiciosamente? Pero el debate rebasa ampliamente los pequeños escrúpulos de una moral corporativa. Toda nuestra civilización occidental se interesa en él”. M.Bloch.

Es uno de los libros sobre metodología histórica más famosos del siglo XX. Y al mismo tiempo es un documento apasionante sobre un historiador enamorado de su oficio y que deseaba que ésta evolucionara y contribuyera con ello al desarrollo del ser humano. En este nuevo año tengo ganas de reiniciar la navegación por la Historia visitando a uno de nuestros grandes maestros: Marc Bloch.
En 1949, Lucien Febvre, cofundador junto con Bloch de la revista Annales, publicó el manuscrito elaborado por su viejo amigo. Para esa fecha, Bloch tenía cinco años de haber muerto. Al ser judío, su vida fue azarosa durante la invasión nazi a Francia y la formación del gobierno de Vichy. Bloch se unió a la Resistencia, hasta que fue fusilado por los alemanes el 16 de junio de 1944. La Apologie pour l´historie, es entonces una obra incompleta pero poderosa, hecha a partir de los recuerdos y las reflexiones de Bloch acerca del oficio historiográfico.
Por cierto, en México la Apologie... ha tenido dos ediciones por parte del Fondo de Cultura Económica. La primera se tradujo como Introducción a la Historia y formaba parte de la colección Breviarios, mientras que la segunda respeta el título original, Apología para la Historia o el oficio de historiador y está en la Sección de Obras de Historia de esta editorial.
La Apologie... fue la primera respuesta de un movimiento que con el paso del tiempo se hizo famoso en todo el mundo: la Escuela de los Annales. Este grupo (comandado por Bloch y Febvre, y al que con el paso del tiempo se añadirían otros grandes historiadores franceses como Fernand Braudel, Pierre Nora, Jacques Le Goff, Roger Chartier y otros),consideraba que la Historia a principios del siglo XX vivía una profunda crisis que podía acabar con ella. La aparición de nuevas ciencias sociales "más científicas" (como la economía, la ciencia política y la psicología) daba la impresión de que la Historia no podía servir más que de "ayudante" de estas nuevas disciplinas. Al mismo tiempo, la concepción positivista del hecho histórico (visto como algo ajeno al investigador) contribuía a anquilosar a la Historia, la cual quedaba relegada a ser nada más el recuerdo de los hechos pasados. Un conjunto de hechos sobre un montón de gente que ya estaba muerta.
Pero Bloch demostró que la Historia estaba viva y valía mucho más de lo que los estrictos positivistas querían admitir. Para defender a la Historia, Bloch lo que hizo fue enfocarse en la figura del historiador: de qué manera planea sus investigaciones, los problemas con los que se encuentra y de qué manera los supera.
Bloch reconoce que el primer interés por la Historia radica simplemente en el gusto que provoca saber sobre las acciones humanas en cualquier tiempo. Decía don Luis González que a los clíonautas nos gusta el chisme; yo añadiría que a cualquier persona le interesa saber sobre sus congéneres (y mientras más escabroso sea el dato, el morbo alcanzará niveles altamente placenteros).
Sin embargo, luego de satisfacer las bajas pasiones, la Historia debe servir para algo más, y aquí es donde Bloch nos señala algo importante: el conocimiento histórico tiene que brindarnos una clasificación racional y una inteligibilidad progresiva. Debe ayudarnos a comprender nuestro presente al mostrarnos de qué manera el pasado se convirtió en esto que ahora somos.
Porque el presente, el cambio y el tiempo son los elementos que nutren al historiador. Quien quiera dedicarse a este oficio tiene que conocer primero su tiempo. Sí sólo le interesa el pasado por sí mismo, jamás dejará de ser un cronista o un anticuario (con el respeto que estas dos profesiones me merecen). Es en la manifestación del cambio en donde la Historia muestra todo su poder, y en el presente se encuentran los nuevos problemas a resolver, las nuevas preguntas a hacer, las nuevas técnicas a aplicar y el rostro siempre joven de la Historia.
Con base en lo anterior, Bloch propone diversas cosas: primero, ya que somos una ciencia social, debemos entender al hombre de nuestro tiempo. Necesitamos verlo como un ser biopsicosocial que es producto y productor de una serie de circunstancias por las que nunca antes en su tiempo de existencia había vivido. El ser humano de los años 40 del siglo XX ni comía igual, ni trabajaba igual, ni vestía igual ni era igual a sus antepasados. ¡Imagínate si esa imagen la trasladamos a nuestro tiempo! Por eso Bloch decía que los hombres nos parecemos más a nuestro tiempo que a nuestros padres.
Un objeto de estudio tan complejo y fascinante como el ser humano (y todas sus actividades y posibilidades vitales) exige un replanteamiento del trabajo historiográfico. El historiador no puede ser pasivo ante lo que tiene enfrente: debe cuestionarlo de distintas maneras y utilizar técnicas que antes no existían. Tiene que pensar en grande para producir una Historia grande.
Muchos otros consejos dados por Bloch ya son totalmente comunes en el trabajo historiográfico: la utilización de un método para orientar las investigaciones, el reconocimiento de que el hecho histórico es un constructo y no un objeto, el necesario y enriquecedor contacto con otros historiadores para elaborar esa Historia grande y para nutrirse con las ideas ajenas.
Sin embargo, hay un punto que podría interesarnos más a los Clíoblogueros. En una parte de su libro, a Bloch se le ocurre que cada investigación debería contar con un apartado en el que el historiador explique cómo la elaboró: de qué manera eligió su tema, las fuentes que consultó, los problemas que enfrentó y el producto final. Se me ocurre que los blogs pueden ayudarnos ampliamente a aplicar este consejo. Por este cibermedio, podemos brindar a nuestro público los avances de nuestras investigaciones y a cambio recibiríamos comentarios que enriquecerían nuestro trabajo. Reconozco que ya lo he hecho con varios posts que he publicado aquí y el resultado ha sido alentador.
Hay mucho más que podría decir sobre este libro, pero quiero terminar señalando un aspecto: yo creo que los historiadores jamás debemos perder "la parte de poesía" que tiene nuestro oficio, y de la que Bloch se enorgullecía. No estamos meramente hurgando en el pasado, también nos estamos viendo reflejados en él al momento de hacer nuestro trabajo. Es el "Eros historiográfico" (parafraseando a Edmundo O´Gorman), la canija pasión por saber del pasado y su transformación en presente la que debe guiar nuestros pasos futuros. En la pasión por el oficio está la grandeza de la Historia.
..Sí, regresé un día antes de lo prometido. ¡Es que ya los extrañaba!


Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio del historiador, Fondo de Cultura Económica, 2001



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