Excélsior, Plutarco Elías Calles y una muerte inconveniente.


Cuando los trabajadores del diario capitalino Excélsior llegaron a realizar sus labores cotidianas el 18 de noviembre de 1928, encontraron el edificio de su periódico cerrado por más de veinte integrantes de la Gendarmería Montada de la Ciudad de México. Quien los encabezaba les informó que por “órdenes superiores” la circulación del diario quedaba interrumpida hasta nuevo aviso.

Excélsior se había convertido en una pieza más de un convulso ajedrez político, cuya partida comenzó una tarde del 17 de julio de 1928, cuando el presidente (re)electo, Álvaro Obregón, fue asesinado por un ferviente católico llamado José de León Toral.

El juicio al asesino de Obregón se llevó a cabo en el pueblo de San Ángel en noviembre de ese año y Excélsior anunció a sus lectores que utilizaría todos sus recursos para informarlos ampliamente sobre “el juicio más importante en la historia de México desde el proceso contra Maximiliano de Habsburgo”. Un gran equipo de reporteros, taquígrafos, dibujantes y analistas fue enviado a ese entonces lejano pueblo para que todo México supiera lo que allí estaba pasando.

Las sesiones del juicio de Toral fueron publicadas íntegramente gracias al equipo de taquígrafos de Excélsior; sus dibujantes y fotógrafos se esmeraron en conseguir las mejores imágenes del acusado para ilustrar las páginas del diario y hasta mandaron a reporteras, para que informaran “con un punto de vista femenino” sobre lo que allí ocurría.

Sin embargo, lo que comenzó como un intento por “ganarle la nota” a sus competidores terminó con el cierre del periódico, debido a la gran crisis política que ocasionó la muerte de Obregón. Sus correligionarios no creían que un “asesino solitario” hubiera acabado con su líder (y sus aspiraciones políticas). La posibilidad de una nueva guerra civil flotaba en el ambiente.

El presidente Plutarco Elías Calles (de quien se sospechaba que tuvo algo que ver en el asesinato) logró negociar con los partidarios del líder asesinado para evitar que la violencia se desatara y de esos arreglos nació poco después el Partido Nacional Revolucionario, antecedente del PRI. Empero, el enojo de los obregonistas no menguaba y era necesario encontrar un chivo expiratorio al cual culpar de su fracaso político; la víctima perfecta fue Excélsior.

Los obregonistas acusaron a Excélsior de informar tendenciosamente sobre el juicio de Toral y consiguieron que la Cámara de Diputados condenara al periódico por su trabajo. Excélsior intentó defenderse señalando que otros medios (nacionales y extranjeros) realizaban una cobertura parecida sin recibir crítica alguna, pero eso no evitó que el 18 de noviembre de 1928 el diario fuera cerrado.

Excélsior se comunicó con el Presidente Calles y con su Secretario de Gobernación, Emilio Portes Gil, para solicitarles su ayuda. Los gendarmes se retiraron del periódico a mediodía y el diario retomó su marcha habitual. Pero a cambio de no desaparecer, su entonces dueña, Consuelo Thomalén, tuvo que venderlo ese mismo día a un grupo de empresarios del norte del país.

La relación entre Excélsior y Plutarco Elías Calles no había sido fácil en los últimos años. El diario era tildado por los revolucionarios como un “periódico de sacristías, de Porfiristas y Huertistas”, mientras que Calles señalaba que Excélsior lo presentaba como un bolchevique, que tenía “cierta culpa” en el asesinato de Venustiano Carranza en 1920.

Al morir Obregón esa tensa relación estalló, y el periódico tuvo que inclinar la cabeza ante un poder más fuerte que empezaba a consolidarse y que años después se volvería el más importante en el país: la presidencia de la república.

Sin embargo, y esto es lo más paradójico de esta anécdota, no todo fue pérdida para Excélsior. En 1932, consumido por una fuerte deuda económica y a punto de declararse en bancarrota, el diario pudo recurrir a ese Estado que antes lo había casi aniquilado y que ahora lo ayudaba a salir del agujero para convertirse en uno de los periódicos más importantes de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Y el hombre que logró ese rescate fue...Plutarco Elías Calles.

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