¡¡¡AVANDAROOOOO!!! (III)
Si la juventud mexicana quiere reivindicarse ante sus detractores, organice un festival en el propio Avándaro, invite a ciento cincuenta mil adultos, déjelos deleitarse con Acerina y su Danzonera, Pérez Prado, Los Panchos, Pedro Vargas, el Mariachi Vargas de Tecalitlán; permita la libre afluencia de tequila y cerveza. Luego, a cruzarse de brazos y a ver cuántos sobreviven al tercer día.
José Emilio Pacheco, Excélsior, 18 de septiembre de 1971
Avándaro se había convertido en una afrenta nacional. El Cardenal José Garibi Rivera se declaró profundamente consternado ante lo que había sido un atentado contra la moralidad. Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación, decía que la verdadera juventud de México encontraba su ejemplo de vida en los Niños Héroes de 1847 y no en las modas provenientes del exterior. Fidel Velásquez dijo que Avándaro había sido una bacanal de drogas, desenfreno y desahogo para el vicio, y Enrique Olivares Santana, presidente del Senado, se aventó la puntada de gritar ante todos los periodistas “Qué no haya más Avándaros en la república!”
Por su parte, Carlos Hank González buscaba la manera de zafarse del enorme problema que el Festival le había provocado. Luego de darle una entrevista a Excélsior, en la que sólo le dio vueltas al asunto diciendo “no es posible que tantos jóvenes hayan ido a Avándaro sólo a escuchar música. Algo más los motivó a ir”, dio una conferencia de prensa en la que le echó la culpa de todo a los organizadores, quienes supuestamente habían engañado al gobierno del Estado de México ya que sólo le habían pedido permiso para organizar las carreras.
El último en aparecer fue el presidente Luis Echeverría, quien luego de decir que “tenía una enorme fe en la juventud mexicana” (whatever that means…), pidió a los padres de familia que prestaran más atención a lo que sus hijos leían, veían por televisión, y los amigos con quienes se juntaban.
En este ambiente, El Sol de México, Excélsior y El Universal publicaron (además de las notas que ya platiqué) una serie de editoriales y columnas en las que su opinión sobre el Festival quedaba más clara. Te platico primero que un editorial es un artículo sin firma, en el que el periódico expone lo que opina sobre algo. En este caso El Sol de México se interesó sobremanera por el festival. A diferencia de los otros dos, que sólo publicaron dos columnas cada uno, El Sol de México publicó siete.
Y de hecho, comenzó a hacerlo un día antes de que se realizara el festival, señalando que sería muy peligroso ya que mezclaría a los jóvenes con la adicción a las drogas. Días después lo calificó como una "orgía de mugre, droga y degeneración nunca antes vista en México" y dedicó casi dos semanas a echarle la culpa de todo lo ocurrido a los organizadores, al gobernador Hank, a los medios de comunicación y al narcotráfico internacional.
El Universal y Excélsior también condenaron el festival y consideraron que uno de los culpables era la televisión, por su baja calidad y por interesarse únicamente en obtener dinero. Pero Excélsior también señaló que México vivía una profunda crisis de sentido, la cual quedaba manifiesta en ese grito de auxilio que lanzaban los jóvenes al comportarse de una manera “errónea”.
En las columnas publicadas (las cuales se diferencian del editorial en que las primeras están firmadas, así que las opiniones son responsabilidad de su autor), aparecen diversas posturas sobre lo ocurrido. En todas se condena al festival, pero cada autor señala un responsable diferente. Margarita Michelena (de El Sol de México), Roberto Blanco Moheno (El Universal) y Pedro Gringoire (Excélsior) coinciden en que el problema está en que la juventud vive en rebeldía y los adultos no se atreven a disciplinarlos. Y como las escuelas no cumplen con su función, son los medios de comunicación quienes educan a las nuevas generaciones, inculcándoles valores que fracturan las costumbres nacionales. Las familias se rompen y los adolescentes viven a la deriva, cayendo rápidamente en las drogas y la corrupción. La solución estaba en que los adultos retomaran su papel y corrigieran fuertemente a los adolescentes, antes de que el problema fuera irremediable.
Hubo autores que, en su búsqueda de un culpable, lo encontraron en la Iglesia Católica. René Capistrán Garza (El Sol de México) y Antonio Rius Facius (El Universal), dos representantes del ala más conservadora del catolicismo mexicano, culparon a su Iglesia de lo ocurrido, ya que ésta no se había enfrentado a la decadencia occidental personificada por los hippies. Al contrario, ésta había caído en sus garras al permitir que la Teología de la Liberación se adueñara de los templos, cambiara los antiguos rituales y destruyera el orden católico que había permanecido inalterable durante siglos.
Excélsior no estuvo alejado de las posturas anteriores, pero también le dio espacio a otras opiniones. Con Ricardo Garibay, José Emilio Pacheco, Ramón de Ertze Garamendi y otros, la condena al festival se dirige después al intento de comprender a los jóvenes (algo que también hizo Paco Ignacio Taibo I en El Universal).
En general, los autores de Excélsior consideraban que Avándaro era un ejemplo de la crisis que vivía la sociedad mexicana. Con un Estado fracturado luego de lo ocurrido en Tlatelolco y una sociedad interesada únicamente en satisfacer rápido sus ambiciones materiales, los jóvenes estaban a la deriva. Eran víctimas del colonialismo cultural fomentado por los medios de comunicación, seres despojados de un sentido de existencia que vivían alienados, embrutecidos por el rock, el sexo y las drogas.
Estos tres periódicos son una buena muestra de lo que opinaba la “generación adulta” sobre Avándaro. Para ellos fue un error, un momento que no debía repetirse ya que había corrompido a los jóvenes que en el futuro se encargarían de la patria. Sin embargo, esas críticas hechas a los medios de comunicación que fomentaban el colonialismo cultural, a un gobierno que no impidió la realización del Festival, a la Iglesia que ya no evangelizaba, a las escuelas que no educaban y a los padres que se desentendían de sus hijos, al final daba la vuelta y se les estrellaba en la cara. Para ellos, Avándaro no era un festival mal realizado que por fortuna no tuvo grandes pérdidas que lamentar; era un ataque a su modo de vida y sus creencias, el cual se enfocaba en la parte más débil y promisoria de la sociedad mexicana: los jóvenes.
Una sociedad atemorizada por el discurso anticomunista, acostumbrada a la inmovilidad política y al control social que ejercía el clero, no podía entender esos cambios que traía la modernidad. Así como en 1968 y 1971 la respuesta ante lo incomprensible fue la violencia, en Avándaro el rock mexicano fue proscrito. Tuvo que esperar a que llegara una nueva generación con ideas distintas para sacarlo de los hoyos fonky y para comenzar los cambios que todavía no se concretan en nuestro país. ¿Y tú, qué opinas?
José Emilio Pacheco, Excélsior, 18 de septiembre de 1971
Avándaro se había convertido en una afrenta nacional. El Cardenal José Garibi Rivera se declaró profundamente consternado ante lo que había sido un atentado contra la moralidad. Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación, decía que la verdadera juventud de México encontraba su ejemplo de vida en los Niños Héroes de 1847 y no en las modas provenientes del exterior. Fidel Velásquez dijo que Avándaro había sido una bacanal de drogas, desenfreno y desahogo para el vicio, y Enrique Olivares Santana, presidente del Senado, se aventó la puntada de gritar ante todos los periodistas “Qué no haya más Avándaros en la república!”
Por su parte, Carlos Hank González buscaba la manera de zafarse del enorme problema que el Festival le había provocado. Luego de darle una entrevista a Excélsior, en la que sólo le dio vueltas al asunto diciendo “no es posible que tantos jóvenes hayan ido a Avándaro sólo a escuchar música. Algo más los motivó a ir”, dio una conferencia de prensa en la que le echó la culpa de todo a los organizadores, quienes supuestamente habían engañado al gobierno del Estado de México ya que sólo le habían pedido permiso para organizar las carreras.
El último en aparecer fue el presidente Luis Echeverría, quien luego de decir que “tenía una enorme fe en la juventud mexicana” (whatever that means…), pidió a los padres de familia que prestaran más atención a lo que sus hijos leían, veían por televisión, y los amigos con quienes se juntaban.
En este ambiente, El Sol de México, Excélsior y El Universal publicaron (además de las notas que ya platiqué) una serie de editoriales y columnas en las que su opinión sobre el Festival quedaba más clara. Te platico primero que un editorial es un artículo sin firma, en el que el periódico expone lo que opina sobre algo. En este caso El Sol de México se interesó sobremanera por el festival. A diferencia de los otros dos, que sólo publicaron dos columnas cada uno, El Sol de México publicó siete.
Y de hecho, comenzó a hacerlo un día antes de que se realizara el festival, señalando que sería muy peligroso ya que mezclaría a los jóvenes con la adicción a las drogas. Días después lo calificó como una "orgía de mugre, droga y degeneración nunca antes vista en México" y dedicó casi dos semanas a echarle la culpa de todo lo ocurrido a los organizadores, al gobernador Hank, a los medios de comunicación y al narcotráfico internacional.
El Universal y Excélsior también condenaron el festival y consideraron que uno de los culpables era la televisión, por su baja calidad y por interesarse únicamente en obtener dinero. Pero Excélsior también señaló que México vivía una profunda crisis de sentido, la cual quedaba manifiesta en ese grito de auxilio que lanzaban los jóvenes al comportarse de una manera “errónea”.
En las columnas publicadas (las cuales se diferencian del editorial en que las primeras están firmadas, así que las opiniones son responsabilidad de su autor), aparecen diversas posturas sobre lo ocurrido. En todas se condena al festival, pero cada autor señala un responsable diferente. Margarita Michelena (de El Sol de México), Roberto Blanco Moheno (El Universal) y Pedro Gringoire (Excélsior) coinciden en que el problema está en que la juventud vive en rebeldía y los adultos no se atreven a disciplinarlos. Y como las escuelas no cumplen con su función, son los medios de comunicación quienes educan a las nuevas generaciones, inculcándoles valores que fracturan las costumbres nacionales. Las familias se rompen y los adolescentes viven a la deriva, cayendo rápidamente en las drogas y la corrupción. La solución estaba en que los adultos retomaran su papel y corrigieran fuertemente a los adolescentes, antes de que el problema fuera irremediable.
Hubo autores que, en su búsqueda de un culpable, lo encontraron en la Iglesia Católica. René Capistrán Garza (El Sol de México) y Antonio Rius Facius (El Universal), dos representantes del ala más conservadora del catolicismo mexicano, culparon a su Iglesia de lo ocurrido, ya que ésta no se había enfrentado a la decadencia occidental personificada por los hippies. Al contrario, ésta había caído en sus garras al permitir que la Teología de la Liberación se adueñara de los templos, cambiara los antiguos rituales y destruyera el orden católico que había permanecido inalterable durante siglos.
Excélsior no estuvo alejado de las posturas anteriores, pero también le dio espacio a otras opiniones. Con Ricardo Garibay, José Emilio Pacheco, Ramón de Ertze Garamendi y otros, la condena al festival se dirige después al intento de comprender a los jóvenes (algo que también hizo Paco Ignacio Taibo I en El Universal).
En general, los autores de Excélsior consideraban que Avándaro era un ejemplo de la crisis que vivía la sociedad mexicana. Con un Estado fracturado luego de lo ocurrido en Tlatelolco y una sociedad interesada únicamente en satisfacer rápido sus ambiciones materiales, los jóvenes estaban a la deriva. Eran víctimas del colonialismo cultural fomentado por los medios de comunicación, seres despojados de un sentido de existencia que vivían alienados, embrutecidos por el rock, el sexo y las drogas.
Estos tres periódicos son una buena muestra de lo que opinaba la “generación adulta” sobre Avándaro. Para ellos fue un error, un momento que no debía repetirse ya que había corrompido a los jóvenes que en el futuro se encargarían de la patria. Sin embargo, esas críticas hechas a los medios de comunicación que fomentaban el colonialismo cultural, a un gobierno que no impidió la realización del Festival, a la Iglesia que ya no evangelizaba, a las escuelas que no educaban y a los padres que se desentendían de sus hijos, al final daba la vuelta y se les estrellaba en la cara. Para ellos, Avándaro no era un festival mal realizado que por fortuna no tuvo grandes pérdidas que lamentar; era un ataque a su modo de vida y sus creencias, el cual se enfocaba en la parte más débil y promisoria de la sociedad mexicana: los jóvenes.
Una sociedad atemorizada por el discurso anticomunista, acostumbrada a la inmovilidad política y al control social que ejercía el clero, no podía entender esos cambios que traía la modernidad. Así como en 1968 y 1971 la respuesta ante lo incomprensible fue la violencia, en Avándaro el rock mexicano fue proscrito. Tuvo que esperar a que llegara una nueva generación con ideas distintas para sacarlo de los hoyos fonky y para comenzar los cambios que todavía no se concretan en nuestro país. ¿Y tú, qué opinas?
POR DIOS!!!!
ResponderBorrarHUBIERA SIDO MARAVILLOSO VIVIRLO, PERO GRACIAS A TUS PUBLICACIONES SE PUEDE SENTIR EL CAMBIO Q VIVIAN ALGUNOS DE NUESTROS PADRES EN AQUELLA EPOCA, Y SI VIERAN ESOS CHAVOS "DESCOCADOS"LO Q PASA AHORA EN LAS FIESTAS SE PERSIGNARIAN (JEJEJE)
GENIAL!